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Aniversario del 20N
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Goodbye’ Franco

Desde EE UU, Kissinger quiso favorecer “cambios graduales”, mientras la prensa británica se dividió entre la confianza y el recelo hacia Juan Carlos

El 5 de noviembre de 1975. Franco agonizaba. Henry Kissinger, secretario de los Estados Unidos, envió un cable al embajador en España, Wells Stabler, con instrucciones sobre “la posición de US durante la transición”: favorecer cambios políticos graduales “hacia una sociedad más abierta y plural”; la transición debería estar en manos de “gente conservadora”; la participación de comunistas en un futuro gobierno sería “dañina” y “perjudicaría los vínculos con Estados Unidos y las instituciones de Europa occidental”. Además, Kissinger esperaba que los países occidentales europeos participaran en el funeral de Franco y en la coronación de Juan Carlos “como una valoración positiva del futuro, no en términos de recriminaciones sobre el pasado”.

El 23 de ese mes, tres días después de la muerte de Franco, en la misa de cuerpo presente en la plaza de Oriente, presidida por los nuevos reyes de España, no estuvieron, sin embargo, las autoridades de las democracias europeas. Entre los mandatarios extranjeros, destacaba la capa gris del general Augusto Pinochet, junto a su esposa, Lucía Hiriart; el rey Hussein de Jordania; Rainiero de Mónaco y la primera dama filipina, Imelda Marcos. La gran nación amiga, que había sostenido a Franco en el mundo desde 1950, estuvo representada por el vicepresidente Nelson Rockefeller: “España contará con la firme amistad y el apoyo de Estados Unidos al entrar en esa nueva era de su larga historia”.

No hubo políticos democráticos, aunque en esos días de agonía, luto e incertidumbre, acudieron a Madrid decenas de corresponsales de los principales medios de comunicación internacionales. España, y toda la zona del Mediterráneo, tras la caída de las dictaduras en Portugal y Grecia el año anterior, constituían en ese momento un escenario geoestratégico esencial, con intereses económicos, políticos y militares muy claros para los más avanzados países capitalistas y miembros de la OTAN.

Franco había sido “el dictador de la ley y el orden”, titulaba el 21 de noviembre The Times, fundado en 1785 y reconocido como uno de los más influyentes periódicos del universo. Según la crónica que Harold Sieve publicó el mismo día en el otro histórico diario conservador británico, The Daily Telegraph, “durante un tercio del siglo Franco fue España; y España fue Franco”. Esa prensa de clases acomodadas reprodujo, con motivo de la muerte del dictador, la misma fotografía, los mismos rasgos, que había creado desde la Guerra Civil: “El modelo de soldado correcto, sobrio, dedicado y profesional, estricto, ocupándose de sus propios asuntos y mostrando un marcado disgusto por las intrigas políticas que eran el pan de cada día de sus compañeros oficiales”.

Franco era ya pasado. “El último fascista”, según el titular de The Sun. Moría un “monstruo”, como lo definía en Morning Star Sam Russell, quien había luchado contra él en suelo español con las Brigadas Internacionales. Y el futuro inmediato era muy incierto, aunque para los medios conservadores debería estar en manos de Juan Carlos, en la construcción de una monarquía democrática, mientras que The Guardian planteaba más dudas sobre su figura, porque hasta el momento había sido “la criatura de Franco y su sombra”. En la comparación que hacía The Daily Telegraph también contaba el físico: se iba el hombre bajito, con voz atiplada, y llegaba el alto y atlético.

Unas semanas después, el 23 de enero de 1976, Wells Stabler le envió a Henry Kissinger un informe con ocasión de la visita que dos días después el secretario de Estado iba a iniciar en Madrid. La “restauración” de Juan Carlos había sido una “invención” de Franco, pero el nuevo rey “tiene presente el ejemplo de Constantino, su cuñado, y sabe que las pocas monarquías que perduran son constitucionales y democráticas”.

La losa de granito que cubrió la fosa de Franco era muy pesada. No iba a regresar, pero nadie se aventuraba a predecir qué es lo que iba a pasar después de un dominio autoritario tan prolongado.

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