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Obituario

José Enrique Serrano, el fontanero fiel de la democracia

El Congreso dedica un aplauso unánime al exjefe de gabinete de Felipe González y Zapatero, fallecido este martes

José Enrique Serrano, en enero de 2018 en el Congreso de los Diputados.
Miguel González

Seguramente responde a un reflejo clasista que la palabra fontanero tenga un sesgo negativo. Cuando se dice, por algunos medios, que Leire Díez, la supuesta periodista que buscaba pruebas contra mandos de la UCO, era una fontanera de La Moncloa, no solo se la quiere situar próxima al poder, sino también relacionarla con actividades turbias. Y, sin embargo, la fontanería no solo es un oficio digno, sino imprescindible para vivir en un entorno salubre. También en política.

José Enrique Serrano Martínez, fallecido este martes en Madrid a los 75 años, fue durante décadas el fontanero mayor de la democracia española, quien cuidaba del buen estado de las cañerías que mantienen hidratado el edificio del Estado de derecho y, cuando quedaban atascadas, se afanaba por repararlas aplicando la laboriosa técnica de la paciencia, el diálogo y el acuerdo.

Nacido en Madrid en 1949, fue profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad Complutense, donde se había licenciado en Derecho y de la que llegaría a ser secretario general. Este bagaje le resultaría muy útil cuando, en 1987, Narcís Serra lo fichó para el Ministerio de Defensa, convirtiéndolo en el primer civil al frente de la Dirección General de Personal, donde sentó las bases de la profesionalización de la carrera militar.

Mano derecha de Serra, le acompañó en 1991 en su mudanza a la Vicepresidencia del Gobierno como secretario general y, cuando este dimitió en 1995, arrastrado por el escándalo de las escuchas del Cesid, Felipe González le retuvo en La Moncloa haciéndolo jefe de su gabinete. En los años convulsos del final del felipismo, tuvo que sentarse cara a cara con los chantajistas —el abogado Jesús Santaella, representante del exbanquero Mario Conde y del exespía Juan Alberto Perote— que, con la colaboración de algún director de periódico, amenazaban con un goteo de filtraciones escandalosas si no accedía a sus exigencias: una indemnización multimillonaria e inmunidad judicial. No cedió un ápice. Sin levantar la voz ni torcer el gesto, logró mantener a raya a quienes estaban dispuestos a arramblar con las aún frágiles instituciones democráticas para tumbar al Gobierno; hasta que las elecciones de 1996 marcaron la hora de la alternancia y él dio un pulcro y ordenado relevo a su sucesor, el popular Carlos Aragonés, jefe de gabinete de Aznar.

Fue el mismo Aragonés quien ocho años después le devolvió el testigo. Un neófito presidente José Luis Rodríguez Zapatero confió también en él como su jefe de gabinete, igual que lo había hecho Joaquín Almunia al frente de la Secretaria General del PSOE. Su profundo conocimiento del Estado, su inteligencia, su discreción y su lealtad le convirtieron en colaborador insustituible de los sucesivos líderes socialistas. A ello unía su capacidad para buscar complicidades y tejer acuerdos. Por eso Pedro Sánchez lo incluyó en 2016 en el equipo que negoció su investidura, finalmente frustrada.

Siempre en segundo plano, solo saltó a la primera línea durante los menos de seis años que fue diputado en el Congreso por Madrid, entre 2011 y 2019, pero incluso en la pista principal del juego político rehuyó los focos y se dedicó al trabajo callado de sacar adelante propuestas y alcanzar pactos como presidente de la Comisión de Presupuestos y de la de Modernización del Estado autonómico. En un mundo en el que la fama, incluso la más efímera, se equipara con la gloria, se mantuvo siempre en segundo plano, sin más guía que la inflexible ética del deber: si no tienes mejor alternativa, haz lo que debas, pero hazlo bien.

Por eso, nunca recibió en vida una ovación como la que esta mañana le ha brindado el hemiciclo en pleno, en un gesto insólito en tiempos crispados, después de que los diputados guardaran un minuto de silencio y, bajo la mirada de algunos de sus familiares y amigos desde la tribuna de invitados, la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, lo pusiera como ejemplo de “lo mejor de la política; el compromiso, la inteligencia serena y la voluntad constante de construir puentes”.

Esas palabras no ha podido escucharlas, pero sí las que el 17 de diciembre pasado le dedicó el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros que le concedió la Medalla de la Orden del Mérito Constitucional. “Creemos que es un servidor público ejemplar” y “le agradecemos los servicios sobresalientes, fundamentales, que ha prestado a la Constitución española y sus valores”, dijo Bolaños. Apartado ya de la vida política y postrado por la grave dolencia pulmonar que sufrió en los últimos años, agradeció que la democracia a la que tanto sirvió en silencio lo rescatara por un momento del olvido.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.
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