Los propietarios del último gran palacio de Palma piden ayuda para restaurar sus frescos
El casal de Can Vivot está declarado monumento nacional y es el único de la capital balear que no ha sucumbido a la especulación inmobiliaria y turística


En la estrecha y sombría calle de Can Savellà, en pleno centro histórico de Palma, se alzan los muros de un edificio que lleva más de 700 años en pie. A través de las rejas de la puerta principal se puede ver el majestuoso patio de piedra al aire libre del que nace una escalera central con balaustrada que se divide en dos para acceder al primer piso. El palacio de Can Vivot es el último casal de Palma que sigue manteniéndose como la residencia particular de la familia propietaria original, que ha ido transmitiendo la propiedad por herencia desde el siglo XV. Ahora, sus dueños han iniciado una campaña de micromecenazgo para recaudar fondos que ayuden a restaurar sus frescos, imágenes pintadas por el artista milanés Giuseppe Dardarone en el siglo XVII, afectadas por un problema de humedad.
“Conservar esta casa es una carrera de obstáculos” explica su propietaria, Magdalena Quiroga, que detalla que Can Vivot cuenta con uno de los mayores niveles de protección y fue declarado monumento histórico-artístico en 1.973 y bien de interés cultural en 1.995. Ella y su marido, Pedro Montaner, heredero original de esta casa que lleva en manos de su familia los últimos 700 años, se hicieron con la propiedad después de un largo pleito de herencia en los tribunales con otra parte de la familia que, según denuncian, “querían convertir el palacio en 32 apartamentos”.
Ambos son doctores en Historia y tienen “la conciencia de la responsabilidad” no solo profesional, sino también familiar. “Nos hemos pasado toda la vida luchando por la conservación del patrimonio y ahora que nos toca a nosotros tenemos que seguir defendiéndolo con más razón todavía”. Quieren que el palacio continúe como lo que es: un casal del siglo XVII abierto al público con un proyecto sociocultural que lo mantenga como tal.
Los orígenes del edificio están datados en el siglo XIV, época de la que mantiene todavía algunos elementos arquitectónicos, y solo ha sido sometido a tres grandes reformas, la última de ellas se ejecutó en los últimos años del siglo XVII. “Todo se conserva igual que estaba en 1.717, con el mobiliario original de la época, lo que supone un esfuerzo enorme de conservación”. Las pinturas que quieren restaurar fueron realizadas por Giuseppe Dardarone, artista milanés que estuvo encarcelado en la isla, que las pintó al fresco por encargo del propietario de la casa entre 1.715 y 1.719. La obra se complementó después con estucos geométricos y figurativos del escultor mallorquín Joan Deyà. La humedad, por problemas de filtraciones de agua a través de zonas del tejado, ha alcanzado dos salas adornadas por estas pinturas barrocas y ha comenzado a deteriorarlas.

Quiroga denuncia que durante los años de litigio en los tribunales, en los que no podían residir en el casal, estuvieron escribiendo a Patrimonio Nacional para que acudiera a examinar las pinturas, pero no obtuvieron respuesta. “La ley de Patrimonio obliga a que las instituciones convoquen ayudas para arreglar monumentos nacionales y bienes declarados BIC, pero no lo hacen” lamenta. Ante la falta de recursos de la administración y pese a sus esfuerzos de conservación, han decidido lanzar una campaña de micromecenazgo para conseguir fondos a través de la página de Hispania Nostra, una asociación para la defensa del patrimonio. El objetivo es recaudar unos 35.000 euros de pequeños donantes para restaurar los frescos e intervenir en una parte del tejado, algo a lo que también contribuyen mecenas privados que han aportado distintas cantidades para ayudar en la conservación del casal.
Protección patrimonial
El mantenimiento de una vivienda del tamaño de Can Vivot y su declaración como monumento nacional complica en muchas ocasiones los intentos de conservación de sus propietarios, que intentan obtener ingresos para preservar la propiedad a través de las visitas y de la organización de eventos culturales. “No nos incomoda que tenga un alto nivel de protección, porque somos los primeros que queremos preservarlo, pero a la hora de darnos una licencia de actividad permanente para poderlo mantener no hay manera de que nos la den” dice Quiroga, que denuncia continuos obstáculos por parte de las administraciones amparados en deficiencias como la falta de ascensores o de un plan contra incendios.
A todo ello se suma la presión constante de los fondos inmobiliarios para quedarse con este tipo de edificaciones en el centro histórico. Actualmente, el matrimonio formado por los dos historiadores se ha convertido en el último propietario de un gran palacio protegido de Palma que sigue residiendo en él y que no ha sucumbido a las ofertas de grandes empresas ansiosas por convertirlo en un hotel boutique o en un bloque de pisos de lujo. En toda la capital balear apenas quedan otras cuatro familias viviendo en palacetes protegidos, de mucho menor tamaño, después de que el resto se vendieran. Para Quiroga, es la casa la que ha tenido suerte, porque en manos de otras personas “ya no existiría”.
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