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Las increíbles Navidades de Raúl Cimas (un cuento con milagro incluido)

El protagonista de ‘Poquita fe’ se tira al monte. El humorista crea para ‘El País Semanal’ un personaje que huye de su familia para celebrar las fiestas “como un auténtico Mountain Man”

Patricia Gosálvez

Hay una manera muy convencional de arrancar una entrevista. Generalmente empieza en el lobby del hotel o en la cafetería donde el periodista espera al personaje de turno. Describe su entrada, su atuendo brevemente, sobre todo su talante, si se nota que no ha dormido, si está de buen humor, o si parece harto de hacer entrevistas que empiezan todas igual… Esta no. Esta empieza con un graznido.

—¡Aj, aj, aj, aj, aj, aj! No se dice graznido, se dice reclamo, ajeo o serrar. Graznar, grazna el cuervo, grazna el grajo y grazna mi cuñado cuando duerme boca abajo —dice Raúl Cimas.

Acuclillado, con todo lo grande que es, el cómico trata de comunicarse con una bandada de perdices. Hemos seguido su ubicación hasta un bosque inhóspito de pinos carrascos y jara, en lo alto de una serranía castellanomanchega. Pide que no concretemos más, estas Navidades está escondiéndose de su familia.

—Soy una persona de firmes convicciones navideñas. Tengo el espíritu navideño incrustado muy adentro mío y eso, a la larga, ha terminado por congelarme el corazón. No quiero ver a nadie. Márchense —dice, frunciendo el ceño y suplicando con los ojos.

Acto seguido, como si lo tuviesen preparado, las perdices huyen torpemente en una dirección y él sale disparado, y con andares parecidos, en la contraria. Se refugia en una cabaña cercana con un portazo que casi tira la festiva corona que adorna la entrada. Tras mucho tocar en la puerta y tratar de convencerle desde el otro lado para que nos haga caso, damos con algo que consigue derretir un poco ese corazón helado del que habla.

—Perdone, pero no parece este el proceder de alguien con “firmes convicciones navideñas”…

Por fin asoma para responder y reivindicarse.

—¡Sí que lo soy! Cada vez que tengo un momento a solas, mi mente se embelesa y me guía por un crisol de imágenes pascuales. Lo mismo me viene a la mente un niño mellado sonriendo al cielo estrellado que un pueblo nevado en el que de repente cambia el foco a una gota de escarcha que se desprende de la rama de un pino que estaba en primer plano… Imágenes reconfortantes que me llenan el alma de candor y que poco o nada tienen que ver con lo que yo vivo año tras año con mi familia.

—¿A qué se refiere?

—A todo. Cada vez que estoy tan a gusto pensando en un cervatillo bebiendo en el río o en un turrón elaborado artesanalmente, viene alguien y me saca de ahí. Mi cuñado generalmente. Que si voy a ir el 28 al pueblo, que cuándo hacemos la compra de Nochebuena, que si hay que apoquinar ya el bizum del amigo invisible… Las pocas veces que se calla aprovecho para imbuirme de nuevo en el espíritu navideño: un militar volviendo a casa por sorpresa, un viejo amor revivido al calor de un descafeinado de sobre… Pero tampoco puedo, porque me tengo que organizar con mi mujer: Nochebuena con tu padre, Nochevieja con mi madre, el 26 con tu madre y su novio, ¿cómo se llamaban los hijos del novio de tu madre? Mi cena de amigos, su cena de amigos. ¿Le has preguntado a tu madre que dónde quiere cenar? “Sí”. ¿Y? “Me ha dicho que solo quiere morirse”. En la cena prenavideña con los del trabajo, mientras esperábamos 40 minutos para entrar a una discoteca, pude distraerme otra vez: un décimo de lotería enmarcado, cómicos cenando embutido, Vigo iluminado… Ya me sacaron de la ensoñación: “Son 25 pavos la entrada. Va con chupito de whisky con canela”.

Cimas comienza a deambular de nuevo por el bosque que rodea su refugio. Quizás tratando de demostrar que sí que tiene la Navidad “muy adentro”, decora con unas bolas un arbusto cualquiera, recoge palitos para leña, se pone un gorro de Papá Noel, murmulla un villancico con aire ausente. Se nota que estas cosas le animan, sonríe con ternura, pero a ratos parece melancólico.

—Mucha gente se pone triste en estas fechas… No pasa nada, es normal —le digo, tratando de ganármelo.

—Ah… ¿¡Entonces si no encuentro relación entre el nacimiento de Jesús y que mi suegro se coma seis chuletas y un mazapán y le dé un cólico, es porque soy un triste!? Y encima no le digas chulipán, que se mosquea. Se come seis chuletas y un mazapán, lo llevo a urgencias, ¿y encima no le puedo decir chulipán?

No ha funcionado, vuelve a salir el Grinch. Cimas se queda encasquillado cuando se enfada. Intento sacarle del bucle del chulipán cambiando de tema.

—¿Desde cuándo lleva aquí?

—Desde el Black Friday.

Mientras se come directamente del árbol los últimos madroños de la temporada, explica que fue entonces cuando le vino a ver el “algoritmo de la Navidad” por Instagram. Entre anuncios de descuentos asombrosos, le salió un reel (no menos increíble) en el que “un médico de indudable prestigio y 22 años”, el profesor J. Bells, le enseñó cómo debían ser las Navidades de un verdadero Mountain Man: “Básicamente, comer poco y hacer ejercicio en una silla”. ¿Qué decir ante eso? Cualquier cosa y rápido, porque el silencio se está volviendo insoportable.

—Entonces, Raúl, volviendo a la Navidad más, digamos, típica, ¿son estas fiestas cosa de niños?

—Deben serlo, porque mi sobrino se comió el musgo del belén. Y tiene que ser por devoción a la Navidad porque en casa de mi cuñado no ha podido ver a nadie comer verde. Su hermano a su edad se comía las monedas. Le llamábamos Pozos de Ambición. Creo que es el mote más temprano que he puesto, apenas contaba con tres meses. Me siento bien por ello. Ahora tiene seis años y juega por el belén con un muñeco de Spider-Man. Y una vez lo vi que hacía que Spider-Man le pegara a San José. Imagínate lo fuerte que siente la Navidad. Pero que sí, que la Navidad son los niños. Déjame preguntarle a la IN una cosa…

—¿La IN?

—La inteligencia natural. Es este tronco. Yo le pregunto cosas y me contesta.

Nuestro particular Mountain Man coge un tronco de entre la leña para su chimenea y se dirige a él. Como si nada, tan normal.

—IN, ¿las Navidades son para que disfruten los niños?

Acercando el tronco a su oreja, retransmite: “Dice que teniendo en cuenta que en los hogares españoles se triplica el consumo de vino, superando los 15 millones de litros en diciembre, y que se disparan las ventas de pescado y marisco, que no se encuentran entre los alimentos favoritos de los menores en España, no descarta que los niños sean una excusa para muchas de estas celebraciones”.

—Ese tronco entonces… ¿es como un móvil? —le pregunto intentando comprender.

—Lo de dentro sí, la funda es de La Casa de las Carcasas, claro. Pregúntale lo que quieras, sabe un montón. Espera que subo el volumen.

—Eh, venga, vale: IN, ¿la Navidad debe pasarse en familia? —balbuceo.

Y entonces pasa algo que puede que sea el milagro de Navidad más pequeño jamás contado. Del tronco sale una voz anodina, mitad metálica, mitad manchega: “No, la Navidad no debe pasarse en familia. Aunque para muchas personas sea una tradición muy fuerte, no es obligatorio. Lo importante es que la Navidad se viva de la forma que te haga sentir bien: con familia, amigos, pareja, comunidad, o contigo mismo. No hay una regla universal”. Pasarla con las perdices y los troncos también está bien, le ha faltado decir. Raúl Cimas sonríe triunfal e invita a tomar un cafelito frente al fuego. Bebemos en silencio, no me atrevo a interrumpirle mientras piensa en sus cosas navideñas. Pero antes de irme, no puedo evitar ser el cuñado que llevamos todos dentro.

—¿Seguro que no debería volver a casa?

—Volveré después de Navidad. Ya se lo he dicho a mi familia.

—¿Y qué le han contestado?

—Que me quede un poco más. Que hasta San Antón, Pascuas son.

Créditos de equipo

Asistente de fotografía Andrea Petrazzi y Juanma Ferreira
Maquillaje y peluquería: José Luis Ruzafa (Ana Prado Management) para Sisley París Official

Estilismo y atrezzo

Foto 1 Raúl Cimas lleva chaquetón de Tommy Hilfiger, jesey de Zara y gorro de Octobre.
Foto 2 Jersey rojo de Zara y chaquetón de Tommy Hilfiger. Corona navideña de Primark.
Foto 3 Chaquetón a cuadros y jersey de Tommy Hilfiger. Bolas rojas de Leroy Merlín y bolas doradas de Primark.
Foto 4 Jersey de punto de Tommy Hilfiger.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.
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