Marella Rossi, la gran anticuaria de París: “Hoy nadie mira lo que está comprando. Usar el arte como inversión es horrible”
Entramos en Aveline, uno de los templos parisienses del mundo de las antigüedades. Su propietaria, hija de Jean-Marie Rossi, ha convertido este palacete a un paso del Elíseo en una plataforma para potenciar a artistas contemporáneos y al mismo tiempo mostrar las piezas más bellas del patrimonio clásico francés.


Marella Rossi (Hauts-de-Seine, 52 años) camina con prisa sobre los magníficos suelos de madera de Aveline, la galería de antigüedades de París que tiene los mejores muebles del siglo XVIII francés. De vez en cuando se vuelve para comprobar que la sigo o para hacerle una gracia a Gigie, su perrita, o para responder las tres o cuatro preguntas que le lanzan al mismo tiempo desde todas las esquinas del palacete. No es el mejor día para verla, esta noche inaugura la 23ª edición de Chambres à part para Art Basel, cuya curadora es la artista Laurence Dreyfus, es mediodía y aún le queda mucho por hacer. En las dos plantas de Aveline se instalan luces y se mueven de sitio objetos muy valiosos… “Si está la jefa se supone que tiene solución para todo y a veces no es así”, me dice en voz baja. Marella tiene una palabra amable para todos, reparte bonjours y mercis, pero no se desvía de su objetivo: llegar al único lugar donde podemos hablar un rato, su despacho. Más bien el de su padre, Jean-Marie Rossi, el decano de los anticuarios de París, fallecido en 2021 y que en España es conocido por su matrimonio con Carmen Martínez-Bordiú.
Entramos. Marella cierra la puerta y nos sentamos en dos sillones Luis XV con el tapizado original en seda azul, al pie de una robusta mesa de los años cincuenta donde trabajaba Jean-Marie. Para su despacho ella escogió la mesa de Hubert de Givenchy, subastada por el modisto cuando este iba a vender su piso de París. “Ganó tanto dinero con los muebles que pudo quedarse el piso y se dedicó a redecorarlo”, cuenta Marella mientras busca en un bolso inmenso un paquete de tabaco. No lo encuentra, en cambio saca una foto enmarcada y la planta en la mesa. Será testigo de toda nuestra conversación. En la imagen están Marella, su hermano Frederick y su padre, que los lleva cogidos de la mano. “Fue un buen día, acababa de nacer Cynthia (la hija que tuvieron en común Jean-Marie Rossi y Carmen Martínez-Bordiú en 1985), íbamos a conocerla, no había pasado un año de la muerte en un accidente acuático de mi hermana gemela (Mathilda). Cynthia nos salvó a todos”. Al fin encuentra el cigarrillo, lo enciende y pregunta de qué vamos a hablar.



Marella es la gran sucesora de su padre. En 1999, con 26 años, empezó a trabajar en Aveline y se convirtió en una anticuaria en un mundo de hombres. “Me salvó medir 1,80 —y eleva al cielo las gracias a su abuela paterna, que medía dos metros—, aun así me ponía tacones”. Marella era joven pero tenía un título de Bellas Artes de la Sorbona, un curso en Christie’s y había estudiado en el Louvre y en el palacio de Versalles. Además, traía el ojo educado de serie. “Desde los cinco años mi padre nos recogía en la escuela a mí y a Mathilda, nos compraba un bollo en la pastelería de enfrente y nos llevaba a las subastas del Hotel Drouot, entrábamos a una habitación y nos decía: ‘Tenéis un segundo para identificar la pieza más valiosa de esta sala’. Aprendimos mucho gracias a ese juego”. Entonces Marella salta a otro tema, el divorcio de sus padres y los tres matrimonios de Jean-Marie con sus respectivas proles. “Es una familia de locos”, dice. Todos están en un grupo de WhatsApp.
—¿Cuántos sois en el chat?
—Muchísima gente.
Jean-Marie Rossi empezó muy joven como asistente de otro anticuario, Maurice Aveline, luego fueron socios y, finalmente, se quedó con el negocio. Tras 45 años de carrera compró un palacete en la plaza Beauvau, a pocos metros del palacio del Elíseo, contrató al decorador François-Joseph Graf y convirtió aquel hôtel particulier construido en 1771 en una luminosa galería de 600 metros cuadrados. En 2000 contó a The New York Times que había pagado la nueva sede de Aveline con un cuadro de Roy Lichtenstein. “Compré El anillo en 1963 por 6.000 francos y lo vendí por 12 millones”. Rossi era un gran experto en muebles del siglo XVIII de Francia, Italia, Alemania y Rusia, sus conocimientos abarcaban desde la época de Luis XIII hasta el siglo XIX. En su lista de clientes estaban, entre otros, la familia Rothschild, el Metropolitan de Nueva York, el Louvre, el Orsay y los interioristas David Mlinaric, Peter Marino y Jacques Garcia.
Rossi no vendía barato. No le importaba pagar lo que fuera para tener lo mejor. Si hoy se le pregunta a Marella por sus precios, dice: “Mis muebles valen mucho dinero porque sé dónde encontrarlos, tienen mucho nivel, son muebles de museo que voy buscando por todo el mundo. Nosotros no restauramos nada, como mucho limpiamos y barnizamos”.



Marella llegó a Aveline en 1999 como un soplo de aire fresco, convencida de que una galería debía ser “un lugar de experimentación y diálogo”. Y eso significaba mezclar, una mirada desprejuiciada que de algún modo también había aprendido de su padre, que tenía su casa amueblada con una mezcla de antigüedades y arte contemporáneo. En las subastas pujaba por los mejores muebles de la regencia y por diseños de Frank Lloyd Wright, e incluso llegó a comprar el 10% de los lotes de Karl Lagerfeld en una subasta en Mónaco. Justo lo que ella hace en Aveline. Se ha aliado con importantes galerías como la italiana Continua, Sperone Westwater en Nueva York y con museos como el castillo de Fontainebleau para mezclar sus dos pasiones: antigüedades y arte contemporáneo.
Dice que cuando su padre cumplió 87 se mudó temporalmente a otro despacho a unos metros de Aveline. “Me iba o nos íbamos a matar”, reconoce. Entonces creó Art Link, una sociedad dedicada a la asesoría para la compra y venta de arte. “Nunca le voy a decir a nadie lo que tiene que comprar, disfruto más haciéndoles descubrir sus gustos. Por otro lado, muchas familias no saben qué hacer con las herencias y si no tienes un buen consejero el mercado te come”. ¿Qué se considera hoy una buena compra? “Yo voy a la contra de todo el mundo, no usaría el arte como inversión, es horrible, hoy nadie mira lo que está comprando, lo adquieren porque creen que quizás algún día van a ganar dinero. Y no, el arte hay que comprarlo con las tripas”. ¿Y dónde se encuentran hoy las mejores antigüedades? “Ah, ¿pero crees que te lo voy a decir?”, responde.
Marella abre las ventanas y agita las manos para diluir el olor a tabaco. Es obvio que da por terminada la entrevista. Salimos otra vez al ruido del montaje. Ha llegado su madre, Barbara Hottinguer, que fue durante muchos años, aun después de divorciarse de Jean-Marie Rossi, la directora de la galería. Marella repasa las joyas del catálogo de Aveline. A saber, un incensario de la época de Napoleón, un secrétaire estilo Luis XV —“era el móvil de la época, guardaba los mensajes de los amantes y se cerraba con un código secreto”— y una librería japonesa con columnas de falso bambú decorada con dragones de bronce —“era el mueble más moderno de la Exposición Universal de 1867”—. “Todo está a la venta menos yo”, informa entre risas.

Baja los escalones de dos en dos. “Estoy cansada, un accidente en Saint-Tropez me ha dejado varias costillas comprimidas”. ¿Le duele? “No, porque he decidido ser feliz. Si a los nueve años pierdes a tu hermana gemela ya puedes ser feliz el resto de tu vida. Nada peor te puede pasar”.
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