El tiempo de los monstruos
Ya no debemos elegir entre derecha e izquierda, sino, como en época de Gramsci, entre democracia y autocracia


La frase se ha citado muchas veces, casi siempre mal; pero, como a menudo sucede, mal citada la frase es mejor que bien citada, porque el tiempo y el uso la han pulido. La escribió Antonio Gramsci en 1930, en la cárcel fascista de Turi, cuando el autoritarismo se cernía sobre Europa tras el estallido económico de 1929. “El viejo mundo está muriendo”, dice. “El nuevo tarda en aparecer. En ese claroscuro nacen los monstruos” (El original es pálido y prolijo; literalmente: “En ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”). ¿Vivimos como Gramsci el tiempo de los monstruos?
No lo sé. Lo que sí sé es que, al concluir el siglo XX, el mundo parecía avanzar en todos los frentes hacia la democracia; esta era ya the only game in town y todo indicaba que el orden global iba a regirse por ella: Francis Fukuyama lo llamó el fin de la historia. Veinticinco años después, ese optimismo se ha evaporado y, sobre todo tras el estallido económico de 2008, el mundo parece avanzar en todos los frentes hacia el autoritarismo. Estados Unidos, hasta hace poco pilar de la democracia occidental, ha caído en manos de un delincuente que descree de ella; pero el mayor peligro no es Donald Trump, que carece de ideología (su única ideología son su ego y sus negocios): el mayor peligro es su vicepresidente, J. D. Vance, y la corte de oligarcas de Silicon Valley que lo rodea, empezando por Peter Thiel, fundador de Paypal junto a Elon Musk, libertario radical y ultraconservador cristiano, consejero y amigo de Vance (éste lo considera: “Probablemente el hombre más inteligente que yo haya conocido”). Thiel sí es un ideólogo, y, como ha estudiado Bernard Perret, su pensamiento parte de la convicción una y otra vez reafirmada de que los valores de la Ilustración —la igualdad, la democracia, la confianza en el Estado de derecho— son mentiras basadas en el escamoteo de verdades fundamentales sobre la naturaleza humana y la violencia. Thiel no engaña a nadie: “Yo no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”. En el polo opuesto del mundo, la fe en la democracia es más precaria todavía. No se trata solo de que China sea una autocracia de hierro; se trata de que considera que la autocracia es superior a la democracia y de que hay que revertir el orden planetario instaurado por los vencedores de la II Guerra Mundial hasta que resulte seguro para regímenes autoritarios como el suyo o como los de las grandes potencias del llamado sur global, de las que se considera líder; y con razón: basta repasar la lista de mandatarios presentes en el intimidante desfile militar con que a principios de septiembre Xi Jinping celebró en la plaza de Tiananmén los 80 años de la victoria china sobre Japón (Vladímir Putin destacaba entre ellos). Así las cosas, con uno de los dos grandes poderes mundiales inclinado peligrosamente hacia la autocracia y el otro instalado orgullosamente en ella, el último gran bastión de la democracia debería ser Europa. Pero, por una parte, Europa está desunida, debilitada y amenazada: desunida por su propia estupidez, debilitada por la deslealtad de Washington y amenazada por Rusia (mientras escribo estas líneas, Rusia y Bielorrusia llevan a cabo unas maniobras militares, llamadas Zapad, como las que precedieron a varias de las recientes invasiones rusas de países vecinos, incluida la de Ucrania en 2022; días antes del inicio de las maniobras, 19 drones de combate rusos atacaron Polonia: la primera vez en la historia que un miembro de la OTAN es agredido por un rival). Por otra parte, se ha desencadenado en el continente entero una ola autoritaria que, respaldada a la vez por Estados Unidos y Rusia, parece por momentos un tsunami: un tsunami que debilita todavía más Europa y amenaza con llevarse la UE por delante.
¿Nuestro tiempo es el tiempo de los monstruos? Si lo es —y, a juzgar por lo anterior, nada indica que no lo sea—, ya no debemos elegir entre derecha e izquierda, sino, como en época de Gramsci, entre democracia y autocracia. Y, como en época de Gramsci, la disyuntiva está clara: o nos unimos frente a los monstruos o los monstruos nos devorarán.
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