Isola Grande, la isla donde una aristócrata rusa acogía a Rilke y a Joyce en su paraíso botánico
Visita a Isola Grande, en Ascona (Suiza), donde Antoinette de Saint Léger creó a finales del XIX un jardín privado con especies de los cinco continentes


Apasionada por los jardines y de espíritu hedonista, Antoinette de Saint Léger fue una figura fascinante que, además de incentivar la creación artística apoyando a escritores como James Joyce o Hermann Hesse, transformó las dos pequeñas islas de Brissago en un destacado centro cultural y botánico. Nació en 1856 en San Petersburgo. Su madre, Wilhelmine Bayer, estaba vinculaba a la aristocracia rusa y se especuló con que fuera hija ilegítima del zar Alejandro II. Dominaba siete idiomas y tocaba el piano como le indicaba su profesor, un tal Franz Liszt. Como tenía problemas respiratorios la llevaron al templado golfo de Nápoles para curarse. Los aires de la libertad debieron de sentarle de maravilla porque vivió hasta los 92. Probado el mediterráneo, ya no quiso volver a Rusia. Se casó tres veces, cada vez mejor. El tercer elegido fue Richard Fleming-Saint Léger, heredero de títulos nobiliarios y de una considerable fortuna. Gracias a él devino baronesa y adquirió en 1885 las dos islas Brissago en el lago Maggiore, en Ascona, la Suiza italiana. Cuando firmó la compra de su lugar en el mundo mandó levantar en la Isola Grande de San Pancrazio una casa lo más espaciosa posible para no estar a solas con su marido y se propuso dar rienda suelta al sueño de su vida: reunir plantas de los cinco continentes, viajar sin moverse, proteger especies y convertir una isla mínima en un magnífico jardín subtropical.
Entre 1886 y 1914 en esta isla de 2,5 hectáreas reinaron la creatividad y la celebración cultural. A su casa vinieron a escribir Rilke y un Joyce en pleno proceso narrativo del Ulises. Tantas cosas compartió con la baronesa que se dice que aquella personalidad compleja que mezclaba el genio, el mecenazgo y la emancipación la convirtió en modelo para su personaje de Circe en la novela, también llamada Bella Cohen, madama de un burdel en el barrio rojo de Dublín que representa la libertad, el poder femenino, lo sexualmente dominante y lo que confunde o “encanta” a los hombres. El burdel como el equivalente moderno a la isla de Circe: lugar donde el ego masculino es deshecho o transformado. La baronesa se rodeaba de intelectuales enamorados de su jardín y de su magnetismo, erotismo y cultura. Pero su estilo de vida intenso y sus arriesgadas inversiones (en ferrocarriles del Cáucaso o tranvías en Rumania) erosionaron su fortuna.
Llego a la isla tras 20 minutos de travesía por el lago desde Ascona. Me recibe la especialista en botánica Ida Locatelli, que me invita a descubrir el exotismo de este parque con más de 1.600 especies. Vemos azaleas, rododendros, palmeras japonesas, bananos, bambús y ginkgos del Lejano Oriente. Para llegar a Sudáfrica observamos proteas, gazanias, watsonias, agapantos y colas de león. Acarició la delicada Tillandsia usneoides, también llamada musgo español, liquen que crece en árboles de climas tropicales y subtropicales de América. Descubro también la carambola, planta que da fruta con forma de estrella. Entre camelias y secuoyas, Ida me recuerda que, agobiada por deudas, la baronesa vendió las islas en 1927 al magnate alemán Max Emden, quien levantó la villa actual y unas termas al estilo romano donde acudían a bañarse desnudas las vecinas y los vecinos de la comuna del Monte Veritá, sintiendo en la piel la conexión con la naturaleza, escapando a la industrialización y abrazando el naturismo. Sentados en el restaurante Villa Emden, Ida señala que, tras abandonar su isla, Antoinette vivió en Ascona y en Intragna en circunstancias económicas difíciles hasta fallecer en 1948 en un asilo. “Creo que le gustaría saber que el jardín que fundó y donde se trasladaron sus restos en 1972 recibe 100.000 visitantes anuales”.
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