Dueños del altar
Cifras de ventas récord, nueva sede mastodóntica en marcha, una expansión a futuro en Estados Unidos y la segunda generación cogiendo el testigo. Rosa Clará cumple tres décadas en el multimillonario sector de la moda nupcial convertida en un referente internacional

Podemos hablar de excelencia. De saber hacer. De un patronaje impecable. De dedicación y visión. Y todo sería cierto. Pero nada explica mejor lo que diferencia a Rosa Clará que la capa de chantillí que colocan en las entretelas de sus diseños de encaje. Se elabora en una manufactura del norte de Francia con una máquina del siglo XVIII que, tan especial y rara es, cuando reconstruyeron la fábrica lo hicieron en torno a ella, para no moverla. “La paran un mes al año para limpiarla. El resto del tiempo está produciendo en exclusiva para nosotros”, dice Daniel Clará (Barcelona, 33 años), que en 2020 se incorporó a la enseña que fundó su madre hace tres décadas y hoy es vicepresidente del grupo. Esa tela, el cenit de la tradición textil artesana, se coloca entre el tul de la base y el encaje. “Muchas veces ni se ve”. Podrían usar algodón. O cualquier fibra sintética, que hoy son la tónica general. Pero no conciben hacerlo de otra manera. “Y como esto, mil cosas. Es lo que me hace estar orgulloso de lo que mi madre ha construido: que aun estando en 83 países con 140 tiendas propias y 4.000 puntos de venta, vamos al telar de un pueblecito francés a buscar el mejor encaje”.
La enseña se ha convertido en la número uno del podio nupcial español, un referente en el lucrativo universo de las bodas. Hablamos de un mercado que cuenta con cerca de 730 empresas, da empleo directo a más de 13.400 personas y supera los 4.300 millones de euros según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Solo los vestidos de novia representan cerca del 13% del negocio textil en España. Y Cataluña lidera, concentrando el 41% de la facturación.

Tal vez este país no sea una autoridad en la moda global, pero lo es en la nupcial. España es el segundo exportador de vestidos de novia del mundo, solo por detrás de China. Se confeccionan cerca de un millón al año, y el 80% se vende fuera. “Mi madre ha sabido crear una identidad de marca, que es lo más difícil. Y que se reconozca que somos españoles juega a favor. Fuera, encanta”, asegura Daniel Clará. La razón, dicen al unísono madre e hijo, es el saber hacer artesano. “Esa tradición de modistas que hemos tenido siempre”, defiende Rosa Clará (Barcelona, 65), y que hilvana la diferencia entre una buena idea y un buen vestido. “No estaríamos aquí si no fuese por ellas”.
“Aquí” es con ingresos de 71 millones de euros y 500 empleados. Nueva sede —22.000 metros cuadrados— en l’Hospitalet de Llobregat a estrenar en 2026. Y 15 aperturas de tiendas en marcha en Estados Unidos, el último envite de un plan de expansión yanqui que arrancó en Miami en 2012, Chicago en 2023, Houston este junio, y seguirá por Los Ángeles, Boston y Atlanta en el próximo lustro. “Ya hemos firmado el local de Beverly Hills”.

Ser referente mundial de los altares los ha llevado a vestir a novias ilustres, influyentes y famosas. Antonela Roccuzzo, Mery Perelló, Paulina Rubio, Esther Cañadas… Pero su primera clienta mediática fue Paula Echevarría, en 2006. “Con ella, por cierto, empezó la moda de cambiarse de vestido”, dice Rosa Clará. Una locura que hoy llega a los siete looks en nupcias maratonianas y a la industria le viene de perlas. ¿Influyen las novias públicas y notorias en el éxito de una marca? “Muchísimo”. El impacto en caja no es fácil de medir, pero “se nota a la hora de hacer marca. Y nosotros hemos hecho un marca duradera”.

Las tres décadas en una industria tan competitiva y volátil como la del vestir dan fe. Y más sin muletas financieras: ni hablar de inversores o adquisiciones. “Siempre he salido adelante dando la cara, luchando y sin deberle nada a nadie. Antes dejo de comer”. Cifras récord a un lado, de lo que más orgullosa se siente la diseñadora es de que haya una segunda generación que siga lo que ella empezó en 1995, cuando dejó la Facultad de Derecho para abrir una tienda de vestidos de novia en el paseo de Gràcia. El plan es que Daniel tome las riendas, con Manuel Cano, que se incorporó en 2014, como CEO y un equipo de diseño interno al que Rosa Clará lleva tiempo entrenando. “Antes las empresas perduraban tres o cuatro generaciones. Hoy abren, venden a un fondo y se acabó la historia. No hay mejor broche que acabar mi carrera viendo que esto tiene continuidad en mi hijo”, dice la empresaria, que hace unos años empezó una “desescalada” que quienes la conocen miran con una ceja escéptica. Le gusta demasiado su trabajo. Vocación, más bien. “Si pienso donde estaba hace 30 años, me veo en una vespa llevando conos de tejidos a los talleres para sacar adelante la primera colección”. Quería proponer un producto diferente, “huir de lo que se estaba haciendo. Y del poliéster”. La calidad, empezando por la de las telas y siguiendo por la del patronaje, es un sello y una premisa innegociable. “Tenemos un equipo dedicado a buscar los mejores brocados italianos, encajes franceses… Luego hay que ver cómo se comportan, porque aunque sea el tejido más bonito del mundo, hay que saber trabajarlo”, defiende la creadora. “Me niego a que ese saber hacer se pierda”.

En su taller hay una veintena de personas que aún corta a mano con patrones de cartón. Una rareza. “Es lo menos rentable de la empresa”, admite. Pero lo que marca la diferencia en un negocio que se levanta sobre la creencia colectiva de que una boda es una de las pocas ocasiones en las que romper la hucha para comprar un vestido es lícito. “La gente que igual no le da tanta importancia a que una prenda sea especial y esté bien cosida, ese día se la da”, dice Daniel.
Igual que han sido aguerridos en preservar el legado artesano de la moda de autor, han entendido la necesidad de atender el pulso de los tiempos en un negocio que tiende al inmovilismo refugiándose en la tradición. Desde las colaboraciones con modistas de renombre —Jesús del Pozo, Christian Lacroix, Karl Lagerfeld, Zuhair Murad— hasta Clará By You, una app que permite personalizar los diseños, reinventando el hecho a medida en una sociedad donde lo exclusivo puntúa doble. “Antes las novias venían acompañadas; ahora vienen informadas”, dice la creadora. Hoy ella personalmente solo atiende a una veintena al año en su estudio, pero vestir novias —y de las 24 líneas del grupo, 16 están dedicadas a ellas— es lo que más disfruta. “La gente que cose blanco no cose otros colores. Y yo soy de las que cose blanco”.
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