Deportes
Perder es un arte. Siempre me han interesado muchísimo los grandes perdedores de los Juegos Olímpicos


Los deportes de élite son eventos muy emocionales en los que los seres humanos se prueban a sí mismos hasta lo más extremo. De ahí que sean tan fascinantes y fuente de importantes enseñanzas. Hemos tenido un verano caliente con los JJ OO y con los Paralímpicos y ahora mismo mi corazón está por completo entregado a esa superheroína colosal que es Teresa Perales, premio Princesa de Asturias de los Deportes, nuestra deportista paralímpica más laureada, que en París ha conseguido igualar el récord de Phelps de 28 medallas. Déjame recordarte que a Teresa, de 48 años, le diagnosticaron a los 19 una neuropatía que le arrebató la movilidad de las piernas. Así, medio paralizada, ganó 27 medallas en natación en distintos Juegos desde el año 2000, hasta que, en abril de 2023, perdió también la movilidad del brazo izquierdo. Y esta guerrera, esta fuerza de la naturaleza, ha cambiado de categoría y ha logrado su nueva medalla con un solo brazo. No se me ocurre un modelo inspiracional más poderoso. Si vuelvo a quejarme porque me duele una rodilla o estoy cansada o no duermo o la realidad se me antoja de repente cuesta arriba, pensaré en Perales y me diré: ya te vale, pelmaza. En Teresa hay una furia de vivir que es un huracán.
Cuando hablamos del deporte de élite, siempre pensamos en los vencedores y en ganar. Pero la verdad es que, durante todo el verano, yo he estado más interesada en los perdedores. Perder es un arte. Tener tu existencia casi secuestrada por tu actividad deportiva y que luego te lo juegues todo en unos minutos, es algo durísimo, brutal. De hecho, esa pelea descarnada entre el éxito y el fracaso es una representación de la lucha por la vida en la que estamos metidos todos los humanos, unos de manera más álgida y otros menos. Lo que pasa es que, en nosotros, en la gente normal, los altibajos de la pelea se alargan muchos años, una biografía entera, mientras que para los deportistas es un combate hipertrofiado, condensado, vertiginoso y con público.
Por eso otro personaje que me tiene conmovida es el formidable y auténtico Carlos Alcaraz. Cuánto disfrutaba ese chico jugando, eso se veía, lo cual, unido a sus dotes, lo hacía ganar. Hasta que ha dejado de disfrutar. Hasta que se ha metido en esa horrenda y falsa dicotomía del éxito y el fracaso, como si sólo se pudiera vencer o perder en la vida, es decir, como si todo se redujera a ser un ganador o una piltrafa, cosa que es una de las más grandes mentiras de este mundo, de las más pertinaces y perniciosas. Porque no hay nadie que triunfe o pierda en todo, y porque la vida no es una meta sino un recorrido lleno de meandros. Alcaraz está luchando ahora con su enemigo interior, ese que te susurra que no vales, que no puedes, que no sabes. Me recuerda la fábula del ciempiés y la cucaracha envidiosa. “¡Qué bello eres, ciempiés!”, le dice una asquerosa cucaracha a un miriápodo: “Con ese movimiento sinuoso, con tantísimas patas y todas avanzando a la vez. ¿Cómo lo haces?”. El ciempiés, halagado, se pasa media hora explicando cómo dobla y sincroniza las articulaciones de las patas. Cuando acaba, la cucaracha dice con falsa inocencia: “¡Qué interesante! Y ahora, ¿me lo podrías demostrar?”. Y el pobre ciempiés ya no pudo volver a caminar, porque, cuando se hizo consciente del movimiento, no supo hacerlo. Alcaraz se ha hecho consciente de que es un tenista de élite. Pero es joven y conseguirá apagar la cabeza.
Ya digo, perder es un arte, y yo diría que de los perdedores se aprende mucho más que de los rutilantes ganadores, que son un poco inhumanos en su excelencia. Mientras que un perdedor te habla directamente de tu realidad y te enseña a vivir, a sobrevivir, a disfrutar siendo tú mismo y a quererte. Por eso siempre me han interesado muchísimo los grandes perdedores de los JJ OO. Por ejemplo, la gente que se queda en el cuarto puesto. Ese ayyyyyyyyyy por unas pocas décimas. Y ver qué hacen con ello, cómo lo llevan. Yo creo que en los JJ OO también se debería premiar a los mejores perdedores. En París 2024 esa medalla se la habría llevado Carolina Marín y su terrible lesión. Aunque sería mejor que hubiera categorías. Carolina ganaría el premio al perdedor épico, por ejemplo. Luego habría otra medalla al mejor perdedor humano, que podría ser cualquiera, e incluso cabría premiar al deportista que pierde porque comete un error: al perdedor patoso. Todos ellos podrían ser muy inspiracionales, estoy segura. Ahí lo dejo.
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