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10 cuevas españolas que se pueden visitar como un espeleólogo: de la gruta del Águila a las de Arrikrutz

Conocer al descubridor de una de las cavernas más famosas de España, zambullirse en ríos subterráneos, ver réplicas de fieras prehistóricas y más planes para divertirse bajo tierra

Un grupo de visitantes nada en las cuevas de Sant Josep, en Castellón.

¿Harto de pasear por salas iluminadas como discotecas detrás de un guía que lo señala todo con un puntero láser e insiste en no salirse del itinerario marcado ni separarse del grupo? A continuación, proponemos 10 cuevas españolas que se pueden visitar de otro modo: sin colas, grupos numerosos, guías mandones, caminos obligatorios ni otras luces que las de los frontales.

Cuevas del Águila (Ávila): todo un descubrimiento

Las cuevas del Águila, en Arenas de San Pedro, Ávila.

En diciembre de 1963, cuatro chicos vieron cómo salía vapor por un agujero cerca de Arenas de San Pedro, se colaron cual hurones por él y descubrieron una sala inmensa, de 10.000 metros cuadrados, que estaba a 17 grados —muchos más que fuera: de ahí, el vaho— e intacta. Nadie se había llevado nunca una estalactita de recuerdo, ni escrito en una pared: “Aquí estuvo Fulano”. Cinco horas tardaron en hallar de nuevo la salida, ensangrentados y a oscuras. Casi no lo cuentan y el mundo se queda sin saber de estas cuevas perfectas, que estaban y están como nuevas y que recorren atónitas 100.000 personas al año.

Para revivir su aventura, el primer sábado del mes, cuando acaban las visitas normales y se apaga la iluminación artificial, un grupo se adentra en las cuevas del Águila con la mínima luz imprescindible (la de los frontales) y, al emprender el camino de vuelta, se topa con uno de los chicos, el hoy octogenario Florencio Burcio, que le cuenta con detalle cómo fue su descubrimiento.

Sorbas (Almería): estrellas bajo el desierto

Visitante en una de las cuevas de Yesos de Sorbas, Almería.

Cuevas de yeso hay muy pocas porque la misma agua que las forma las disuelve por completo. Por eso en Almería, donde llueve con cuentagotas, se ha podido formar y conservar el Karst en Yesos de Sorbas, con más de mil cavidades en 12 kilómetros cuadrados y maravillas sin cuento. En el llamado Techo de la Alhambra, los cristales de yeso en forma de flecha fingen almocárabes que brillan con la luz de los cascos como una noche estrellada el desértico exterior. Natur Sport Sorbas pone guías y material para hacer una ruta básica de dos horas, otra más dificililla de cuatro y otra técnica de media más en la que ya hay que avanzar con arnés y rapelar para recorrer la cueva del Tesoro, cuyo nombre lo dice todo. También se puede explorar la del Agua, culebreando por galerías medio anegadas. Pero solo en verano, porque el agua está a nueve grados.

Cueva de los Chorros (Albacete): cascadas de adrenalina

Vista del paso de los chorros del río Mundo, en Riópar, Albacete.

Si nos gustan el agua y las alturas, subiremos a la cueva de Los Chorros, que abre su boca en medio de un paredón vertical de 300 metros cerca de Riópar y de la que el río Mundo brota y cae formando vistosas cascadas, la más alta como una casa de 25 pisos. Hay que estar en forma: para llegar a la cueva se ha de caminar una hora y media por pendientes que imponen (de hasta el 60% de desnivel), y para ver lo que se esconde dentro, escalar, rapelar y nadar en el río que está a punto de nacer. Mundo Aventura Riópar se ocupa de todo: también de solicitar el permiso para acceder a la cavidad, en la que solo puede entrar un grupo de siete personas cada día.

El origen de Coves de Sant Josep (Castellón)

Un viajero en kayak por las cuevas de Sant Josep, Castellón.

Otra gran experiencia acuática cavernaria es recorrer en kayak Les Coves de Sant Josep, en la Vall d’Uixó, que presumen de albergar el río subterráneo navegable más largo de Europa. A diferencia de los 235.000 turistas que cada año navegan aquí en largas filas de barcas de madera impulsadas con pértigas por gondoleros municipales, los que se apuntan a la actividad llamada espeleokayak lo hacen remando a su ritmo en pequeños grupos guiados por expertos, con casco, luz frontal y neopreno para poder zambullirse de vez en cuando en sus aguas de color turquesa. ¿Algo más intenso que esto? Sí, la actividad Origen. En ella, después de remar 800 metros, se camina con el agua por la cintura, por el pecho, por el cuello…, aferrados a una cuerda-guía e iluminados por el frontal, buscando la desconocida fuente del río. Todo lo organiza Viunatura.

Donde nace el Francolí (Tarragona)

Cueva de La Font Major en L'Espluga de Francolí.

No es el río subterráneo navegable más largo de Europa, ni el apabullante Mundo, que brota con caudales de hasta 100.000 litros por segundo, pero el modesto Francolí también nace en unas cuevas importantes, las de l’Espluga de Francolí, en las que se descubrió en 2019 el primer santuario paleolítico catalán, con más de 300 grabados de hace 15.000 años. Eso sí, el visitante no puede admirarlos porque son muy frágiles y están en una zona de difícil acceso. Lo que sí puede es adentrarse en la cavidad más que la mayoría de los turistas, remontando el río subterráneo con neopreno, casco y frontal. La ruta estará disponible desde finales de mayo hasta octubre.

El Soplao (Cantabria): una mina de diversión

Cueva de El Soplao, en el valle del Nansa, Cantabria.

La visita normal a la cueva de El Soplao, en el valle del Nansa, ya es extraordinaria, porque pueden verse sin dificultad —incluso en silla de ruedas— galerías plagadas de formaciones excéntricas o helictitas, cuya calidad, blancura y abundancia no tienen parangón en España. El doble o el triple de extraordinaria es la visita espeleológica, que dura dos horas y media (frente a los 55 minutos de la otra) y discurre por zonas no acondicionadas, con los participantes equipados con casco, frontal, botas de agua y buzo de polipropileno. Y ya para alucinar es la llamada Ferrata Minera, una ruta de tres horas con tirolinas, puentes tibetanos, rampas de 35 grados y peldaños vertiginosos. Así de bien no se lo pasaban los mineros que hallaron esta cavidad en 1908.

Fantasmas y lapiceros en el Alto Asón (Cantabria)

Un espeleólogo en un pasadizo dentro de la cueva de Coventosa, Cantabria.

Aquí no hay visitas normales, taquillas, focos, servicios, ni tienda de recuerdos. En la cueva de Coventosa, en Val de Asón, hay 35 kilómetros de galerías solo aptas para espeleólogos o para curiosos en buena forma ayudados por guías profesionales. Guías como los de Valcan, que durante dos horas y media acompañan con todo el equipo y absoluta seguridad hasta las salas más famosas de esta cavidad: la de los Fantasmas y la de los Lapiceros. En la primera, las estalagmitas parecen espectros de cómic, con una sábana blanca por encima. En la segunda, forman columnas sumamente larguiruchas, de 10 centímetros de diámetro y otros tantos metros de altura.

Espeleobarranquismo en Valporquero (León)

Estalactitas y estalagmitas en la cueva de Valporquero, en León.

En la cueva de Valporquero hay un nivel superior, de 1.300 metros, por el que van y vienen 60.000 turistas todos los años, contemplando salas bien iluminadas de nombres sugeridores: Pequeñas Maravillas, Gran Rotonda, Hadas, Cementerio Estalactítico, Gran Vía… Y hay otro inferior por el que corre el río que ha labrado esta cavidad en las entrañas de la montaña leonesa y en el que solo se adentran quienes desean rizar el rizo del barranquismo —bajar dando brincos por cascadas, lagos, sifones y toboganes—, haciéndolo bajo tierra. Tiki, Pormaventura, Biosfera Aventura y Naturocio son algunas de las empresas autorizadas para practicar con sus clientes este más difícil todavía.

Ojo Guareña (Burgos): más allá de la ermita

La ermita de San Bernabé, en Ojo Guareña, Burgos.

Ojo Guareña, en el norte de la provincia de Burgos, es un complejo kárstico monstruoso, con 110 kilómetros de galerías y 400 cavidades. Así que sería una lástima quedarse en la superficie, visitando la ermita rupestre de San Tirso y San Bernabé —con pinturas murales de los siglos XVIII y XIX que relatan los martirios y milagros de aquellos señores—. Para profundizar en Ojo Guareña, se puede participar en un espeleopaseo de 2,5 kilómetros y cuatro horas de duración por la cueva Palomera, que no está acondicionada y mantiene el sabor de hace miles de años, de mucho antes de que los eremitas se establecieran en estas oquedades. Hay que recorrerla con casco por motivos evidentes y también porque el riesgo de caerse redondo al ver las espectaculares formas de la sima Dolencias, de la sala Cacique y de la galería Museo de Cera es muy alto. Y también con bastante ropa de abrigo, porque la temperatura no sube de nueve grados.

Arrikrutz y su ‘gatito’ de 250 kilos (Gipuzkoa)

El ojo de Aitzulo, desde la cueva de Oñati, en Gipuzkoa.

En la Galería 53 de las cueva de Oñati, de 500 metros de desarrollo y 35 metros de desnivel, hay inquietantes réplicas de varias fieras prehistóricas, incluido el león de las cavernas (Panthera spelaea), un gatito de más de un metro de altura y 250 kilos, cuyo esqueleto —descubierto aquí en 1966— es el más completo de cuantos se han hallado en la Península. Así comienza EspeleoTxiki, un recorrido pensado para los niños de más de 6 años y sus familias que, al poco, abandonan la pasarela turística para adentrarse durante dos horas y media en la parte más salvaje y divertida de la cavidad. También hay rutas especiales para los adultos, de tres horas y media, en las que se admiran la gran estalactita excéntrica de Arrikrutz y el curso subterráneo del arroyo Aldaola.

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