Partidos obesos
Preocupa que no nos cuestionemos cómo sujetar el apetito de nuestros partidos por los sillones públicos


Las democracias sanas se esfuerzan por tener partidos esbeltos. Los ponen a dieta, cortándoles el acceso a ese enorme pastel llamado Administración, con sus miles de sabrosos cargos públicos. Porque, si no se les controla, todos los partidos se lanzan al pillaje. La colonización de las instituciones públicas es la forma más económica de pagar favores a sus simpatizantes.
Pero los partidos obesos lastran al sector público. Los empleados públicos no se toman en serio a un jefe administrativo que ha sido nombrado políticamente y viene con fecha de caducidad. Las reformas son pues, paradójicamente, más improbables en aquellas organizaciones que los políticos priorizan colocando a alguien de su confianza al frente.
Y los partidos orondos hunden las democracias. La razón por la que EE UU y el Reino Unido están gobernados por bufones populistas, y Hungría y Polonia por serios candidatos a autócratas, es el acceso al botín de los partidos. En los países anglosajones, los partidos pasan hambre. Boris Johnson y Trump pueden lanzar todos los exabruptos del mundo, pero no dictar las noticias de la BBC o los informes de la NASA. En Polonia, el gobernante partido Ley y Justicia (PiS) ha politizado todo lo público. Y en Hungría, no hablan mal del Fidesz de Viktor Orbán ni en el sector privado, temerosos de perder contactos y contratos públicos. Trump o Johnson incomodan a americanos y británicos en el sofá, viendo el telediario. PiS y Fidesz perturban a polacos y húngaros en el trabajo o en la escuela. No es una diferencia de grado, sino de tipo, la que separa la libertad del camino a la servidumbre.
Los partidos españoles están a medio camino, sin obesidad mórbida, pero con barriguita cervecera. Por eso, preocupa que no nos cuestionemos cómo sujetar el apetito de nuestros partidos por los sillones públicos. En el mejor de los casos, la colonización partidista lleva a la oxidación administrativa. En el peor, a la Púnica o al caso ERE, cuya sentencia se conoce hoy.
Pero, aun así, en las negociaciones para formar un Gobierno de coalición, ya sea nacional, autonómico o local, los partidos no solo no se ponen a régimen, sino que se ofrecen generosamente trozos de la gran tarta pública. Para ti el ministerio (o la consejería) y para mí los altos cargos y la presidencia de las empresas públicas dependientes. Semejante festín daña la salud de la democracia. @VictorLapuente
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