La era de los museos abiertos
El proyecto Tamayo de México DF cumple un lustro con un pabellón diseñado por la arquitecta Fernanda Canales, que indaga en cómo relacionar los museos con el lugar, la gente y la vida cotidiana


Hace cinco años, la arquitecta Tatiana Bilbao inauguró el primer pabellón del Proyecto Tamayo, levantado temporalmente en el pulmón de la capital mexicana: el bosque de Chapultepec. Construida junto al buque insignia de la arquitectura local, el Museo Rufino Tamayo que Teodoro González de León y Abraham Zabudovsky levantaron en 1981, aquella intervención inició lo que ya se conoce como “el Serpentine Latinoamericano”. Ese título alude al pabellón de verano que la galería londinense encarga, también anualmente, a un arquitecto de prestigio —inicialmente— y de gran proyección —actualmente—, para, supuestamente, alojar las charlas y las discusiones estivales. La realidad es que esos pabellones de verano de la Serpentine se han convertido en una atracción en sí mismos, al margen de lo que suceda luego en su interior.

Así, transformado en un activo para la peregrinación arquitectónica más, en reclamo publicitario, en tradición estival y en noticia segura, es de rigor reconocer que estas construcciones combinan novedad e imaginación arquitectónica para, y esto es lo importante, replantear también la relación entre la ciudad, el usuario y el museo. En esa estela, y coincidiendo con el festival Design Week que en DF se celebra en octubre, hace un lustro que los mexicanos tienen su propio pabellón temporal: el proyecto Tamayo. Se trata de una intervención anual que indaga en la naturaleza de los espacios indefinidos a través de construcciones que, como sucede en los jardines londinenses de Kensington, funcionan a la vez como escultura, como espacio público, como ampliación del recinto de exposiciones, como acceso a la zona de educación del museo y como intervención lúdica. Seguramente es esa indefinición lo que hace tan actual este tipo de proyectos. Eso y la posibilidad de que sean los usuarios los que decidan cómo utilizarlos. Pocas veces está la arquitectura tan cerca del arte y, curiosamente, pocas veces también resulta más receptiva.

Tras acoger las intervenciones de proyectistas, como Alejandro Castro, C. Cúbica —con Palomba & Serafini— los alemanes Nikolaus Hirsch y Michel Müller o la propia Bilbao, este año ha vuelto a ser una arquitecta mexicana, Fernanda Canales, la que ha firmado el Proyecto Tamayo. Y, de nuevo, lo ha hecho con un trabajo escultórico, reflectante y sorprendente. Por fuera, los muros negros lo presentan como un espacio cerrado, más interior que exterior. Y sin embargo el lugar resulta ser completamente exterior una vez se alcanza el interior. Ese juego de contrastes está reforzado por los materiales -de los muros opacos a los traslúcidos pasando por los reflectantes- que desdibujan el espacio y lo relacionan con el paisaje, con el museo y con el flujo de visitantes. Así, el río de personas reflejadas en los paneles del pabellón se convierte en protagonista de un espacio vacío que –gracias a su relación con el paisaje del claro del bosque- nunca está vacío.

La capacidad reflectante y el esfuerzo en deshacer las fronteras entre interior y exterior, que caracteriza buena parte de la arquitectura latinoamericana, coinciden, finalmente, con el pabellón londinense —que este año firma la mexicana Frida Escobedo—. Aunque arquitectónicamente uno esté tejido con celosía y el otro esté cerrado y abierto a planos y huecos, el hecho de que el interior sea exterior define un posicionamiento a la hora de construir y una decisión de sorprender más con los efectos que con las formas de la arquitectura.
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