Controladores sin control
El escándalo de la monetización de los datos afecta a principios democráticos fundamentales


La primera toma de conciencia se produjo con las revelaciones de Snowden: la era de los imperios digitales suponía un auténtico riesgo para la libertad. El mismo espacio digital que expandió el movimiento Occupy o la brecha de la Primavera Árabe era también un lugar vigilado. El Leviatán que resguardaba nuestros derechos individuales lo encarnaba ahora un nuevo monstruo con un inusitado e inaprensible control digital sobre nuestras vidas.
Con Zuckerberg, avezado niño de Harvard, hemos entrado en el segundo capítulo de esta historia que sacude de nuevo nuestras conciencias, poniendo en jaque la capacidad de los Estados para controlar a los gigantes tecnológicos. Porque si Facebook es un imperio, Zuckerberg es su rey soberano. Erigido como un semidiós sobre un modelo empresarial que gira en torno a su persona, la pregunta que este Hércules nos plantea resulta ineludible: ¿Quién controla a quien nos controla?
Lo que está en juego es mucho más que nuestra confianza en los modernos confesionarios públicos de las plataformas sociales, esa nueva servidumbre voluntaria. El escándalo de la monetización de los datos afecta a principios democráticos fundamentales, como el de imparcialidad. Al entrar en una lógica estadística, dice David Lyon, abandonamos nuestra condición de individuos: si eres árabe, las posibilidades de un control aleatorio se incrementan.
Pero en la política y en la moda sirven también los perfiles psicológicos, como nos contó el arrepentido extrabajador de Cambridge Analytica: todos nosotros, impulsivos y vanidosos, somos objeto de manipulación emocional a la medida. Se erosiona así el sistema de pensamiento ilustrado con el que erigimos la democracia, diseñada precisamente para limitar las pasiones del pueblo. El gran avance de la modernidad consistió en vincular al ciudadano con el principio de autonomía: el dominio sobre la tiranía de las emociones, ejercido a través de la razón, nos haría más libres. Pero, al contrario que en un ataque terrorista, el daño a la libertad no produce un dolor punzante, apenas se nota. Por eso, como dijo Ulrich Beck, estando esta amenazada, puede morir sin que nos demos cuenta. @MariamMartinezB
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