Bergoglio deja sin vacaciones a los papas venideros
Francisco convierte en museo la lujosa residencia veraniega de Castel Gandolfo


El 28 de febrero de 2013, Joseph Ratzinger abandonó en helicóptero el Vaticano y se dirigió al palacio de Castel Gandolfo para esperar, ya como papa dimisionario, la elección de su sucesor. Allí, entre las lujosas estancias y los infinitos jardines que desde hace cuatro siglos han sido el refugio veraniego de los papas, tuvo lugar, el 22 de marzo siguiente, el encuentro entre Benedicto XVI y Francisco. Se abrazaron, rezaron juntos y Ratzinger entregó a Jorge Mario Bergoglio una caja blanca con el informe secreto sobre las vaticanas guerras de poder que precipitaron su renuncia. Aquella mañana fue la primera y la última vez que los gastados zapatos de Francisco pasearon por Castel Gandolfo. A Bergoglio, cuyo primer mensaje fue desear “una Iglesia pobre y para los pobres” y cuya primera decisión consistió en renunciar al apartamento del Palacio Apostólico para irse a vivir a la residencia Santa Marta —una suerte de hotel de tres estrellas—, le desagradó desde el principio tanto lujo.
Tres años después, ha decidido convertir en museo aquella especie de paraíso en la tierra. Si ya desde hace un año se podían visitar los jardines, a partir del 21 de octubre también será posible pasear por las estancias más exclusivas, incluido el dormitorio donde han pernoctado todos los papas desde Urbano VIII a Benedicto XVI. Una habitación que, tras el desembarco de las tropas estadounidenses en Anzio durante la II Guerra Mundial, se convirtió en improvisado paritorio. Se calcula que sobre la cama pontificia nacieron unos 40 niños, que luego fueron conocidos como “los hijos del Papa”.
La decisión, aunque coherente con el discurso de Francisco, ha sentado como un tiro a los vecinos de Castel Gandolfo, por cuanto cierra prácticamente la posibilidad de que, en el futuro, un papa menos austero se plantee recuperar los largos veraneos de lujo y esplendor. Aunque con pequeños golpes para no provocar fracturas ni despertar a los nostálgicos, Bergoglio sigue cincelando la Iglesia a su imagen y semejanza.
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