Aviones perdidos
La tragedia del Boeing 777 de Malaysia Airlines desaparecido hace más de un mes supone un misterio; pero la historia de la aviación está llena de más de los que pensamos

El estadounidense Charles Lindbergh, primer piloto que cruzó el Atlántico en un vuelo en solitario y sin escalas, decía: “Ciencia, libertad, aventura y belleza. ¿Qué más puede pedirse a la vida? Todo eso es la aviación”. Se le olvidó añadir que a menudo es riesgo; algunas veces, tragedia, y de cuando en cuando, enigma. Estos últimos elementos han estado presentes en el drama del avión de Malasyan Airlines desaparecido el 8 de marzo.
Hoy, merced a los avances tecnológicos, nos resulta asombroso que un avión pueda esfumarse sin dejar rastro, con tantos radares y satélites controlando los mares, los cielos y la tierra, con submarinos que pueden descender a distancias abisales y con ingenios para la localización de aeronaves siniestradas tan sofisticados como las famosas “cajas negras”. Y sin embargo sucede. Se calcula que casi cien aviones han desaparecido desde 1945, muchos sin que haya vuelto a saberse nada de ellos. Y la tendencia humana a mitificarlo todo llena a menudo de asombrosas fantasías la suerte de estos aviones perdidos. Sabotajes terroristas, ataques de alienígenas, la misteriosa geografía del Triángulo de las Bermudas…
El caso de Amelia Earhart, la primera mujer piloto que cruzó en solitario el Atlántico, aún colea. En un vuelo posterior, en el que trataba de cruzar el océano Pacífico acompañada por el copiloto Fred Nooman, su aeroplano Electra se esfumó sobre las islas Nukumanu, en junio de 1937. El aparato y sus tripulantes nunca fueron encontrados, aunque se les ha seguido buscando hasta 2011. Se dijo que los japoneses pudieron capturar a los dos aviadores y fusilarlos tomándolos por espías, pero lo más seguro es que se estrellaran en el mar.
El músico Glenn Miller, en diciembre de 1944, volaba hacia París para actuar ante las tropas americanas que combatían a los nazis, cuando cayó en las aguas del canal de la Mancha. Nunca se encontraron sus restos. Al parecer, aviones aliados lo confundieron con un aparato alemán y lo derribaron. Se especuló, sin embargo, con la idea de que había muerto en un prostíbulo en París, harto de copas.
El legendario explorador sueco Roald Amundsen desapareció, en junio de 1928, en aguas árticas en una expedición de rescate y nunca se encontró su avión. Sí que aparecieron el globo y los restos humanos de otro explorador polar, August Andrée… pero 33 años después (en 1930) de que se perdiera en el Ártico. También fue encontrado el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en el que viajaba un equipo de rugby y que desapareció en los Andes en 1972. Los supervivientes –16 de 40 personas– permanecieron perdidos casi un mes y medio desde que el avión se estrelló y sobrevivieron comiendo la carne de sus compañeros fallecidos.
El autor de El principito, Antoine de Saint-Exupéry, cayó con su avión en las costas marsellesas durante un vuelo de reconocimiento, en julio de 1944. Algunas teorías dicen que quizá fue derribado por un caza alemán. En 1998, un pescador encontró entre sus redes una pulsera de plata con el nombre del escritor y el de su mujer. Y al fin, en 2004, un buceador dio con los restos de su avión a 80 metros de profundidad. En el libro Tierra de hombres, el novelista desdeñaba así las técnicas avanzadas de navegación: “El piloto, el mecánico y el operador de radio no se lanzan a una aventura, sino que se encierran en un laboratorio”.
No tanto. Los aviones siguen perdiéndose, a veces para siempre, lamentablemente.
Otro día hablaremos de los que nos gustaría que se hubieran perdido. Ahora mismo sería de mal gusto.
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