Berlusconi todavía
Ningún escenario electoral es peor para Italia y Europa que el eventual regreso de Il Cavaliere
Hasta hace pocas semanas, la posibilidad de que Silvio Berlusconi volviera a decidir la política italiana parecía negligible. Su distancia con la alianza centroizquierdista de Pier Luigi Bersani, primera en intención de voto, era en enero de 11 puntos. Esa diferencia se ha reducido a cinco en los últimos sondeos publicados antes de las cruciales elecciones del 24 y 25 de febrero, gracias, entre otros factores, a las imposibles promesas fiscales y laborales de Berlusconi y a la repercusión del escándalo del Monte dei Paschi, el banco de Siena vinculado históricamente al centro-izquierda. Según estas encuestas, los centristas agrupados en torno a Mario Monti figuran relegados a un cuarto puesto, tras el cómico antisistema Beppe Grillo.
Quince meses después de verse obligado a dimitir en medio de un total descrédito y la peor crisis financiera italiana contemporánea, la sombra del magnate cabalga de nuevo. Es cierto que Berlusconi ya no aspira a dirigir el Gobierno —condición impuesta por su aliada Liga Norte para evitar el desplome de su voto—, pero resulta obvio que una eventual victoria de la coalición derechista haría a Il Cavaliere su figura dominante. Una perspectiva dramática para Italia y la Unión Europea.
De cumplirse los pronósticos, el centro-izquierda de Bersani controlaría la Cámara de Diputados, gracias al premio en escaños que la embrollada ley electoral italiana otorga al partido más votado. Pero la mayoría del Senado, que como Cámara territorial exige la victoria en las regiones más importantes del país, está presumiblemente fuera de su alcance. Para manejar el Senado (el Gobierno necesita el voto de confianza de ambas Cámaras), Bersani necesitaría el apoyo de Monti, pese a las reticencias que su talante reformista y su condición tecnocrática suscita entre los sindicatos y los aliados izquierdistas del jefe socialdemócrata. Eso permitiría a Monti exigir un papel dominante en la economía transalpina, a la que en buena medida ha devuelto la credibilidad.
Ningún desenlace electoral es peor para Italia y Europa que la posibilidad de que vuelva a las andadas Silvio Berlusconi, que encenagado en sus propios y turbios asuntos ha sido incapaz en ocho años de emprender una sola de las cruciales reformas que su país precisa. En el mejor de los casos, semejante escenario significaría el regreso de Italia a la inestabilidad política crónica y de nuevo la zozobra en los mercados y el euro.
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