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Mercado laboral
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El coste de los prejuicios sobre el empleo fijo y la inmigración

El problema no es percibir la realidad de forma errónea, sino actuar políticamente en consecuencia

NEGOCIOS 20/07/2025 LAB 02

Cada vez que escuchamos “los inmigrantes nos quitan el trabajo”, estamos siendo testigos de una de las distorsiones más costosas de nuestro tiempo. Sin embargo, la investigación económica es bastante conclusiva sobre esta cuestión. La tesis del empleo fijo es solo una percepción ilusoria, psicológica que se traduce en discursos de rechazo ante una inmigración que puede suponer, eso creen muchos, una pérdida de empleos.

Sin embargo, la evidencia no parece confirmar estos sesgos. Un trabajo de 2010 de los economistas S. Longhi, P. Nijkamp y J. Poot mostró, mediante el análisis de los resultados de otras 129 investigaciones, que los efectos laborales de la inmigración, en términos de desplazamiento son “muy pequeños”. Los trabajadores menos cualificados, aquellos que más compiten con los inmigrantes en el mercado de trabajo, pueden ver reducidos sus salarios entre 0,2% y 0,5% por cada punto porcentual de aumento migratorio, pero los cualificados experimentan ganancias del 0,3% al 0,8%. No en vano, un estudio del FMI de 2024 mostraba que la inmigración elevaba el PIB, siendo dos tercios del incremento esperado en términos de productividad. En estos años recientes, España, país al que se menciona explícitamente este informe, es un ejemplo claro de este proceso positivo.

Sin embargo, es en estos casos donde de nuevo vemos una brecha entre lo que es y lo que se cree que es. En Europa, apenas el 47% de la población ve la inmigración como económicamente positiva, con abismos dramáticos entre países: desde el 65% en Islandia hasta el 22% en Hungría. La educación superior marca la diferencia más significativa: 45% versus 25% sin estudios superiores tienen percepciones positivas.

Como se ha adelantado, el problema no es percibir la realidad de forma errónea, sino actuar políticamente en consecuencia. Y para muestra, un botón. El Brexit ejemplifica perfectamente esta dinámica destructiva donde la narrativa de que los migrantes europeos “robaban empleos británicos” impulsó el fin del libre movimiento de personas. El resultado: una pérdida neta de 330.000 trabajadores —el 1% de la fuerza laboral británica— y proyecciones de reducción del PIB per cápita de 0,4 puntos porcentuales.

Sin embargo, la realidad se impuso y el Reino Unido tuvo que expandir su programa de trabajadores estacionales, admitiendo implícitamente que las restricciones originales fueron contraproducentes. Los granjeros británicos, buena parte del caladero pro-brexit, no encontraron trabajadores domésticos dispuestos a recoger fresas; los hospitales enfrentaron escasez de personal sanitario y muchos restaurantes lucharon por mantenerse abiertos.

Pero ¿por qué persistimos en percepciones que la evidencia contradice sistemáticamente? La respuesta está en cómo funciona nuestra mente. El sesgo de disponibilidad hace que ejemplos mediáticos vívidos superen datos estadísticos abstractos. Recordamos más fácilmente la historia del trabajador que perdió su empleo que el meta-análisis que muestra efectos laborales mínimos.

Además, vivimos en un mundo de espacios cacofónicos, donde los medios, consciente o inconscientemente, amplifican esta distorsión. Describir inmigración como “aumento” versus “oleada” usando estadísticas idénticas produce actitudes dramáticamente diferentes. La cobertura mediática negativa crea “disponibilidad” sesgada donde los ejemplos problemáticos se recuerdan más fácilmente que los beneficios difusos.

Pero es el pensamiento de suma cero el que constituye quizás el sesgo más devastador: la intuición de que las ganancias de los migrantes equivalen automáticamente a pérdidas nativas es habitual. Esta lógica contradice diametralmente a la evidencia económica que muestra efectos multiplicadores positivos, donde trabajadores migrantes crean empleo adicional para trabajadores domésticos.

¿Cómo se puede lograr que los ciudadanos entiendan las verdaderas consecuencias de ciertos fenómenos como es el caso de la inmigración? Una opción es bombardear al público con más estadísticas. Pero difícilmente tendría éxito. Los estudios muestran que la corrección factual tiene efectos mínimos cuando choca con marcos emocionales arraigados. En cambio, necesitamos reconocer que las percepciones públicas operan según lógicas psicológicas predecibles que deben considerarse en el diseño de políticas migratorias.

Así, los países que han logrado mayor alineación entre percepción y realidad —como Canadá con su sistema transparente de puntos— demuestran que marcos institucionales apropiados pueden mediar entre nuestras limitaciones cognitivas y las complejidades económicas reales.

Así pues, la cuestión ya no es si tenemos la información necesaria para tomar mejores decisiones, sino si desarrollaremos la madurez institucional y social necesaria para utilizarla. Porque seguir gobernando sobre la base de nuestros prejuicios no es solo injusto, es económicamente erróneo.

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