De la ciberseguridad a la ciberresiliencia
Las empresas deben tener un plan que marque la diferencia entre una respuesta efectiva y un colapso prolongado

Recientemente ha sido noticia la recomendación que la Comisión Europea (CE) hacía a todos los ciudadanos del Viejo Continente. La propia presidenta de la CE nos animó a tener un kit de emergencia con elementos básicos ante posibles crisis relacionadas con el cambio climático, conflictos geopolíticos o cortes de suministros. Más allá de lo catastrofista que esto pudiera sonar en un primer momento, la intención de fondo es clara: no se trata de sembrar el miedo, sino de promover una sana cultura de anticipación y de aumentar nuestras capacidades de reacción.
Esta misma lógica es la que deberíamos adoptar cuando hablamos de ciberseguridad. Porque, hoy por hoy, los riesgos digitales no solo son tan reales como los físicos, sino que están aún más presentes todavía. Los datos nos indican que el número de ciberataques ha crecido de forma exponencial y seguirá incrementándose impulsado por herramientas cada vez más potentes, y también por un contexto geopolítico cada vez más inestable. De hecho, los ciberataques con IA han crecido un 600% y países como España se sitúan entre los más atacados del mundo. Pero el propósito de hablar de estos datos y su impacto no es alarmar. Es mirar de frente una realidad que ya nos afecta en el día a día. Por este motivo, la pregunta ya no es si sufriremos un ataque, sino cuándo y cómo estaremos preparados para enfrentarlo.
Durante mucho tiempo, la conversación ha estado centrada solo en la ciberseguridad, con el objetivo de prevenir incidentes, proteger los activos digitales y detectar ataques antes de que se produjesen. Sin embargo, ese enfoque, aunque sigue siendo clave, ya no es suficiente y la ciberseguridad por sí sola ya no lo resuelve todo. Hoy en día debemos aceptar que siempre existirá un nivel de riesgo y que lo verdaderamente importante es la capacidad de una organización para afrontarlo, sobreponerse y continuar funcionando tras un ataque. Aquí es donde entra en juego la ciberresiliencia, es decir, la capacidad que tendrá una organización para resistir, adaptarse y operar con eficacia incluso mientras se enfrenta a un incidente de seguridad. Ciberseguridad y ciberresiliencia se complementan, pues mientras que una intenta evitar el impacto, la otra asegura que podamos levantarnos rápidamente cuando el golpe no se ha podido impedir.
Para las empresas esto implica poder mantener sus funciones más esenciales durante y después del ataque, una situación que puede extenderse durante días o incluso semanas. Y, para ello, es necesario contar con estrategias, herramientas y protocolos que aseguren la continuidad operativa, preserven la relación con los clientes, minimicen las consecuencias económicas y reputacionales y, sobre todo, que permitan a la organización mantener su actividad a lo largo de la cadena de valor y restablecer la normalidad en el menor tiempo posible. En este proceso es clave contar con infraestructuras tecnológicas robustas, protocolos claros e implementar herramientas inteligentes de monitoreo continuo, detección temprana de amenazas y automatización de respuestas que permitan reaccionar con agilidad y contener el impacto de forma eficaz.
Pero no se trata solo de tecnología, ya que en este ámbito las personas juegan un papel fundamental. Por un lado, es esencial capacitar a toda la compañía y sus colaboradores, entrenarlos para actuar en situaciones adversas y tomar decisiones rápidas y acertadas. Por otro lado, la ciberresiliencia también es una cuestión de mentalidad, coordinación y liderazgo. La alta dirección debe asumir un rol activo, liderar con el ejemplo, fomentar una cultura empresarial preparada para afrontar crisis digitales e impulsar la colaboración interdepartamental para actuar de forma alineada cuando más se necesita.
En definitiva, las organizaciones deben tener un plan, que seguramente no garantizará que no haya incidentes, pero que marcará la diferencia entre una respuesta efectiva y un colapso prolongado. Porque cuando el incidente llegue —y llegará—, lo que determinará el futuro de una organización no será el ataque en sí, sino su capacidad de adaptarse, actuar y salir fortalecida.
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