‘Artccesible Advanced’, o cómo visibilizar el arte para quien no lo puede ver
La Escuela de Segunda Oportunidad Ortzadar, en San Sebastián, y el museo Chillida Leku desarrollan un proyecto para acercar la obra de Chillida a las personas ciegas o con discapacidad visual


Once hectáreas de praderas abiertas y verdes; de bosques de chopos, robles, magnolios, fresnos o arces; e incluso un caserío restaurado de mediados del siglo XVI constituyen el marco inigualable de Chillida Leku, la casa museo del escultor Eduardo Chillida en Hernani (Guipúzcoa). Quien tenga la suerte de aventurarse por sus caminos podrá disfrutar de las más de 40 esculturas monumentales allí expuestas, en un diálogo permanente entre el espacio, el vacío y la materia, como sucede en todas sus obras, y el entorno que las rodea. Una experiencia terapéutica para el alma y los sentidos que, sin embargo, podía dejar fuera, como sucede en gran parte de los museos, a quien carecía de uno de los más básicos: la vista.
¿Cómo disfrutar del arte cuando no se puede ver? ¿Pueden hacerse completamente accesibles las obras de un escultor tan conceptual como Chillida? Incluso en un museo como este, donde se invita al visitante a tocar y sentir las texturas e incluso a caminar por dentro de las obras, la experiencia para quien no puede ver no deja de ser incompleta. Hasta ahora: gracias al proyecto Artccesible Advanced, las personas ciegas o con discapacidad visual dispondrán a partir de ahora de 12 nuevas reproducciones en 3D y braille de algunas de las obras más significativas de Eduardo Chillida. Una iniciativa desarrollada por el alumnado del GarageLab del centro de FP y Escuela de Segunda Oportunidad (E2O) Ortzadar, en San Sebastián, y que ha contado también con el apoyo de la Fundación Orange y la ONCE.
Cuando Mireia Massagué asumió la dirección de Chillida Leku en 2019, se propuso que el caserío Zabalaga y su bosque de esculturas “fueran un espacio para todo el mundo”. Una frase que repite como un mantra y que se ha convertido en santo y seña de la casa museo. “Una persona ciega puede tocar una escultura monumental, sí. Pero eso no quiere decir que la entienda, porque no puede recorrerla con la vista ni explorarla con las manos. Y estas maquetas le dan una lectura completa, le permite hacerse una imagen mental que antes no podía construir”, señala desde la terraza del Lurra Café, el restaurante de proximidad que deleita a sus visitantes durante su visita a las instalaciones.
Para hacer realidad esta hubo primero que vencer la resistencia de los herederos de Chillida, que siempre habían sido reacios a realizar reproducciones de sus obras. Pero Massagué logró el visto bueno gracias al doble impacto del proyecto, “que forma a jóvenes que están teniendo una segunda oportunidad y, al mismo tiempo, da acceso al arte a un colectivo que suele quedar fuera”. Ese “espacio para todos” no solo implica que ellos puedan venir; también que el resto de visitantes vean que eso es posible y que los museos son para todos porque, añade, “hemos vivido demasiado tiempo en una sociedad en la que estos colectivos se invisibilizaban”.
Alumnos con necesidades educativas especiales
Los responsables de desarrollar esta iniciativa fueron un grupo de alumnos de entre 16 y 18 años con necesidades educativas especiales de Ortzadar. Guiados y supervisados por sus profesores y asistidos por la ONCE, estos jóvenes, estudiantes de segundo y tercero de una FP de Grado Básico en Soldadura y Calderería adaptada a tres años, aprendieron a usar programas de diseño digital avanzados, impresoras 3D de resina, corte láser y herramientas para transcribir a braille y poder crear las reproducciones acordadas con Chillida Leku: piezas como Arco de la libertad (1993); Buscando la luz (1997); Lotura XXIII (1998) y muchas otras.
“Yo soy psicopedagoga, no ingeniera, así que aprendí 3D al mismo ritmo que ellos”, confiesa Miriam Navasa, docente de Ortzadar. “Y empezamos a emocionarnos juntos cuando vimos las posibilidades”. Habla de una aventura que dio sus primeros pasos cuando, en 2018, la Fundación Orange les concedió un GarageLab, un aula dotada con impresoras 3D, cortadora láser y placas Arduino para que el alumnado pudiera compensar la falta de oportunidades con tecnología puntera y un aprendizaje intuitivo y basado en proyectos. Tras un primer año de experimentación, les surgió la oportunidad de presentarse a un concurso de Fab Labs solidarios cuyo tema debía relacionar arte y fabricación digital. Y tras una lluvia de ideas, alguien sugirió: “¡Hay que acercar las esculturas a los invidentes!”. La propuesta, más tarde bautizada como Artccesible, convenció al jurado, que acabó otorgándoles el primer premio y, con él, 30.000 euros que les sirvieron de financiación para hacer realidad el proyecto.
“Es importante recordar que hablamos de alumnos que, antes, estaban muchas veces condenados a no titular en Secundaria y a no poder acceder a la Formación Profesional. O que, si lo hacían, no disponían de adaptaciones pedagógicas”, recuerda Marcio Ferreira, coordinador de FP en Ortzadar. El perfil de estos estudiantes, esgrime, es muy variado: “Jóvenes con una discapacidad intelectual límite (reconocida o no), algún retraso madurativo, enfermedades mentales, trastornos del apego o del desarrollo...”.
Aprender a manejar aquella nueva impresora de resina fue todo un reto técnico; convencer a los propios alumnos de que podían, un reto emocional. “Cada paso era un pequeño desafío. Se preguntaban: ”¿Yo voy a poder usar esa máquina?“. Y poco a poco descubrieron que sí”, recuerda Navasa, para quien el valor de esta iniciativa reside en la realidad del servicio: “Es un proyecto real, no se queda en el aula. Ellos lo presentan, lo viven y alguien les dice: ”Esto que has hecho importa“.

Una participación que, además, tiene un efecto triple: ayuda a las personas con discapacidad visual, mejora la propia autoestima y competencias de los alumnos, y contribuye a aumentar la accesibilidad de la propia comunidad cultural: Chillida Leku y la ONCE ya preparan mejoras adicionales como nuevas audioguías, señalética y talleres, ya sin la participación de Ortzadar, y Massagué expresa en voz alta el deseo de que cualquier museo con colección tome iniciativas similares. La relación entre arte y salud mental aparece también en la conversación, y la rectora de Chillida Leku se apresura a señalar cómo, en países como Reino Unido o Canadá, ya se recetan visitas a museos durante algunos procesos terapéuticos.
David Udamy (16 años), uno de los estudiantes del proyecto, reconoce que se siente “contento por aprender a manejar toda esta tecnología que tenemos ahora, y por aportar algo a las personas con discapacidad”. Durantes varios meses, estos jóvenes trabajaron en hacer realidad las esculturas accesibles que llegarían a Chillida Leku el pasado mes de abril. Un largo proceso que empezó con una visita al museo, donde hicieron fotos y tomaron medidas, para después pasar al diseño de cada pieza en el ordenador.
“Con ayuda, evidentemente, pero para cuando empezamos con este proyecto, ellos ya habían hecho otros trabajos más pequeñitos y ya dominaban el programa”, explica Navasa. Se organizaron en cuatro grupos de tres estudiantes, mientras otros trabajaban la cartelería que acompañaría a cada reproducción: un texto explicativo en braille y un código QR en relieve para que la persona invidente pueda acceder, a través de su teléfono móvil, a una página donde escuche un audio con la explicación de esa obra.
Después llegaba la hora de imprimir, tanto en 3D Filamento como en 3D Resina, con una tecnología de luz pulsada que mejora la apariencia final de cada pieza. Cada una de ellas encaja sobre un zócalo de madera cortado a láser con un triángulo isósceles que permite a la persona invidente volver a colocar la figura en su posición. Además, el contraste entre el color oscuro de cada figura con el color claro de la madera sirve para aprovechar la baja visión de quienes aún conservan restos visuales.
Artccesible no es la única iniciativa enfocada a la inclusión en la que está inmerso Chillida Leku, que también participa en proyectos como la red Acerca Cultura, que permite que grupos en riesgo de exclusión accedan al museo sin coste o con tarifas simbólicas; Lotura (talleres para personas sin hogar, inmigrantes o reclusos); e incluso un programa piloto de visitas para personas con alzhéimer, cuyo impacto no deja de resaltar: “A veces se piensa que una visita a un museo carece de impacto. Pero si alguien con alzhéimer puede compartir un recuerdo bonito con su hijo, eso ya es mucho más que una visita: es un momento de vínculo, de recuperación. de sentido”, argumenta Massagué.

Objetivo, la empleabilidad
No hay que olvidar que, más allá de Artccesible, el objetivo final del programa educativo de Ortzadar con estos jóvenes con discapacidad “es que puedan llegar a un entorno laboral ordinario sin necesidad de que sea protegido”, señala Ferreira. “Al situar al alumno en el centro del proceso, con metodologías motivadoras e innovadoras, se logra reducir el abandono escolar y mejorar sus oportunidades de empleabilidad. Muestra de ello son las más de 23.000 jóvenes han pasado por GarageLAB desde 2017 y, solo en el último curso, un 63% del alumnado E2O accedió a empleo o formación”, afirma, por su parte, Daniel Morales, director de Sostenibilidad y Fundaciones de MasOrange.
El impacto de Artccesible y del GarageLab se dejan ver, si cabe, con más claridad aún en el trayecto vital de Ismail Ghazouane (de 17), otro de los participantes en el proyecto: llegó a España procedente de Marruecos en 2022 y en Ortzadar le han ayudado no solo a mejorar su castellano, sino a desarrollar unas habilidades de las que carecía en su país de origen. “Al principio, no me gustaba la soldadura, pero luego empecé a aprender y ahora estoy muy a gusto con lo que sé hacer. Me gustaría seguir estudiando, si puedo, un grado medio o superior”, afirma, con el orgullo tranquilo de quien ve abrirse frente a él la puerta de un futuro halagüeño que antes no tenía.
Las Escuelas de Segunda Oportunidad
Ortzadar no es un centro de Formación Profesional cualquiera. Fundado en 1979, y con alrededor de 300 alumnos repartidos en ciclos formativos de electricidad y electrónica; soldadura y calderería; mantenimiento del vehículo; y jardinería, hotelería y comercio, dentro del ámbito de la discapacidad, es también una de las 48 Escuelas de Segunda Oportunidad que hoy funcionan en España. Un modelo pedagógico dirigido a aquellos alumnos (unos 7.800 cada año) que abandonaron prematuramente la educación reglada y que tienen dificultades para obtener una cualificación o están en riesgo de exclusión social o laboral.
“Nuestro centro intenta hacer una discriminación positiva hacia aquellas personas a las que, en su primer intento, el sistema no supo o no pudo darles una respuesta adecuada”, explica Ferreira. Apoyados sobre la base del tejido empresarial y de un equipo docente comprometido y especializado (además de estar acreditados para enseñar, provienen del ámbito social y psicoeducativo, desde psicopedagogos a psicólogos o trabajadores sociales), y entendiendo la importancia del aprendizaje curricular, tienen también en cuenta la situación de cada alumno: “Hay que entender dónde están las causas de su fracaso, e incluso sus circunstancias familiares, si las hay, para poder conseguir esos objetivos que no se alcanzaron en su primera oportunidad”, añade el responsable de FP del centro.
Ahora bien, ¿de qué manera concreta se diferencia una Escuela de Segunda Oportunidad del resto de centros convencionales? En Ortzadar, los alumnos tienen un plan de atención individualizado y dos cotutores que hacen un seguimiento tanto en el ámbito del taller como de la formación, trabajando hasta 15 competencias transversales y reforzando, flexibilizando y adaptando todo aquello que los chavales puedan requerir. Y, siempre que es necesario, la ayuda de los servicios sociales. Un esfuerzo que además sirve para establecer un vínculo educativo entre profesores y alumnos: “De repente, sienten que alguien se preocupa por ellos, y cuando tú te preocupas por alguien, normalmente esa persona hace lo mismo por ti. Es un vínculo con alguien que ahora empieza a ser visto y reconocido en todas sus potencialidades, así como las dificultades que tiene, para poder superarlas”, apunta Ferreira.
Pero quizá, añade, el cambio más visible es el de la propia autoestima de los alumnos, que empiezan a creer en ellos mismos y lo que pueden llegar a hacer y ser. “El primer trimestre es de muchos temores y miedos, muy de sujetar y acompañar, porque son chavales que vienen dañados y deteriorados, y hay que restaurar esa confianza que no han sentido antes”, recuerda. Algunos chicos fueron víctimas de acoso escolar, algo que les dejó “fuera de juego en sus procesos de aprendizaje” y que ahora empiezan a desarrollarse gracias al acompañamiento y la seguridad que les ofrece el centro. Luego están “los balas de toda la vida”, aquellos alumnos indisciplinados de siempre. Y algo que con frecuencia no se percibe: la parte de la familia, que en ocasiones se culpa por el fracaso escolar de sus hijos. “Lo que rescataría como simbólico es la sensación de poder restaurar, a nivel familiar, un equilibrio que se rompió hace mucho tiempo, ese ”mi hijo no sabe hacer y yo qué mal lo he hecho".
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