Modelo social: ese es el debate

Hay una contradicción latente, poco explicitada en los debates cotidianos, que parte en dos la idea tradicional sobre el proceso de construcción europea. Mientras unos entienden que el modelo social es la seña de identidad de la Unión Europea (UE), la que la distingue de cualquier otra zona geopolítica y la hace superior a ellas, otros critican ese modelo social como una de las principales rémoras para la supervivencia de Europa en la primera división del mundo más avanzado, por restarle eficacia económica.
Los primeros creen que existe una identidad absoluta entre los valores europeos, la democracia, la igualdad de oportunidades y la protección social que representa Europa; son los demás los que deben adaptarse y converger hacia estos parámetros de progreso si se conviene que hay que avanzar hacia un bienestar inclusivo. Los partidarios de la eficacia como prioridad defienden que el modelo social está desfasado y es producto de otra época, y que la iniciativa privada, el mercado, ofrece modos alternativos y más eficientes para lograr los mismos fines. Europa no debe persistir en un error que le lleva al declive, sino volver a la nonata Agenda de Lisboa, basada en la competitividad, la innovación y la flexibilidad empresarial.
Es paradójico que existiendo esta polémica tan fuerte (que es la que diferencia a la izquierda de la derecha), la institución que con sus medidas, declaraciones y silencios marca en primera instancia la política económica de la zona sea financiera: el tecnocrático Banco Central Europeo (BCE), el único capaz de mover las cosas de un día para otro. La Comunidad Europea se creó para que en su territorio los ciudadanos no volviesen a matarse fraternalmente, pero se dotó de un procedimiento: la democracia representativa. La contienda entre los partidarios del modelo social europeo y los de su privatización no debería resolverse por expertos en torno al principio de eficacia, sino mediante la confrontación política transparente ante los ciudadanos. La política es consenso, pero también conflicto.
El que nunca abdica es el rey BCE. Creado para estar fuera del foco público, ha devenido en una de las instituciones de la UE con más poder político
El que nunca abdica es el rey BCE. Creado para estar fuera del foco público, ha devenido en una de las instituciones de la UE con más poder político. Cuando tose, los ciudadanos se resfrían. Nacido estatutariamente independiente y con el objetivo principal de la estabilidad de precios, su acción ha pasado por evitar la crisis del euro, estabilizar las primas de riesgo, combatir la inflación (y la deflación), estimular la economía, salvar a los bancos privados o facilitar la vuelta del crédito. Todo ello sin perjuicio de que pronto se convierta también en el supervisor de las entidades financieras de la eurozona. Ha adoptado medidas técnicas heterodoxas (por ejemplo, las compras de bonos en el mercado secundario, las barras libres de liquidez a la banca privada, el anuncio de la posibilidad de compras de activos…), que le acercan a ser lo que no es: un prestamista de última instancia a Estados con problemas. Y también ha tomado decisiones políticas muy polémicas: pertenecer a la troika (junto al FMI y la Comisión Europea) que ha vigilado con mano de hierro los sacrificios en forma de recortes, privatizaciones, devaluaciones internas… en países intervenidos como Grecia, Portugal, Irlanda y Chipre; o enviar cartas clandestinas a los primeros ministros de Italia y España (luego desveladas por distintos cauces), que semejaban a las de los cónsules romanos a las provincias.
Ello le ha causado problemas de distinto signo en su seno: funcionando su consejo de gobernadores con el principio teórico de un hombre, un voto (el del gobernador del todopoderoso Bundesbank vale igual, por ejemplo, que el del gobernador del Banco Central de Grecia), en ocasiones se ha enfrentado a la siempre hegemónica Alemania. Por ejemplo, en 2011 dimitió de su consejo el gobernador del Bundesbank, Alex Weber, y luego el economista jefe de este banco, Jürgen Stark, por desacuerdo con las primeras compras de deuda pública de países con dificultades en el mercado secundario.
Las últimas medidas se han tomado por unanimidad, pero ya han causado ronchas en parte de la opinión pública de los acreedores. En los países deudores, aunque más vale tarde que nunca se piensa como en otras ocasiones: demasiado tarde, demasiado poco para evitar tantos sufrimientos a la población.
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