Elemental

La potencia promocional de Harvey Weinstein hincha ciertas producciones europeas para el mercado americano y de ahí nos vuelven con fuerza renovada. En los siempre turbios Globos de Oro, sus pulmones alzaron a Meryl Streep con su imitación de la Thatcher, a Michelle Williams con la suya de Marilyn y a The artist con la del cine mudo. Esta se llevó hasta la mejor música, pese a que su clímax discurre bajo la partitura inmortal de Bernard Hermann, cuyo nombre no fue citado en la larga lista de agradecimientos familiares y conyugales, rutina que ha convertido toda entrega en un muermo salvado por algunos escotes y raptos de ingenio.
En lo televisivo, Homeland impuso su versión emocional sobre asuntos americanos como la vuelta a casa de los prisioneros de guerra, nunca la eternización de Guantánamo ni los bravos soldados orinando sobre sus víctimas afganas. Modern family prolonga su reinado como una propuesta seudotransgresora que recorre los caminos que Enredo abrió en su día con más riesgo. La cuidada Mildred Pierce y la británica Downtown Abbey se erigen en reinas de una calidad más académica. Esta última inició la resurrección de las miniseries británicas en el mercado.
Antena 3 programa los jueves con acierto, tras su paso en los canales digitales, la versión modernizada de Sherlock Holmes. La permanencia de este personaje y su ayudante Watson lo expone a adaptaciones constantes, alzados como una especie de arquetipo británico de la racionalidad y los métodos deductivos. Confirmada ya una tercera temporada, sus creadores, Mark Gatiss y Steven Moffat, responsable de la ejemplar Press gang, de la modernización del doctor Jeckyll y del guion de Tintin para Spielberg, han logrado actualizar con ingenio las pesquisas del detective. Encuentran con naturalidad soluciones modernas y brillantes para que Benedict Cumberbach y Martin Freeman se impongan como los rostros actuales que desde La vida privada de Sherlock Holmes andaban buscando las máscaras de Holmes y Watson. Ahora el ingenioso hidalgo y su fiel Sancho, luchan contra el crimen desde el 221B de Baker Street, pero con móvil y cuenta en redes sociales. Producto de la exquisita pluma popular de Sir Arthur Conan Doyle, lo que está bien escrito, incluso 125 años después, resiste cambios de contenedores y formatos, agarrados a esa esencia inmarchitable.
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