Un mar de náufragos
Todo parece indicar que Gadafi está cumpliendo su amenaza de permitir la salida de subsaharianos atrapados en la guerra de Libia hacia las costas europeas. Aunque esa sea la causa de que se haya incrementado el número de embarcaciones que llegan a la isla italiana de Lampedusa, ni la Unión Europea ni ninguna de las Armadas occidentales que patrullan el Mediterráneo, encuadradas o no en la OTAN, pueden bajo ningún concepto rechazar este chantaje por la vía de incumplir el deber de auxilio a desheredados que buscan sobrevivir. El Mediterráneo se está convirtiendo en los últimos meses en sepultura de centenares de personas que huyen de la violencia por medios más que precarios. Los subsaharianos que se encuentran en el mar, con el implícito beneplácito de Gadafi o sin él, no son inmigrantes, sino refugiados que escapan de un conflicto bélico. Y su atención en caso de graves dificultades es obligada a tenor de las Convenciones del mar.
La constante llegada de personas que huyen de Libia pone de manifiesto el absurdo, además de la inmoralidad, de la iniciativa recientemente adoptada por Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi para modificar el Tratado de Schengen, asumida en parte por la Comisión Europea. Cuando menos, la suspensión provisional de Schengen no es una respuesta congruente con el problema al que se enfrenta la Unión. Por el contrario, se trata de un gesto de consumo interno en ambos países y que revela una inaceptable voluntad de utilizar de forma oportunista un drama ante el que los Veintisiete no pueden permanecer impasibles. Y mucho menos, llegado el caso, denegar el deber de auxilio.
La misma Europa que ha decidido implicarse en la guerra de Libia no puede desentenderse de sus efectos. Tampoco tratar de hacerles frente en la dirección que promueven Sarkozy y Berlusconi, si no desea descender a un escalón todavía más bajo que el descrédito.
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