¿Amigos palestinos?
Con o sin reconciliación entre Al Fatah y Hamás, los acontecimientos debilitan la posición israelí
La reconciliación escenificada en El Cairo por las dos principales facciones palestinas es solo el comienzo de una carrera de obstáculos con todo por precisar. El documento firmado por Al Fatah y Hamás -acogido con desconfianza por Washington y con abierta hostilidad por Israel- anuncia un Gobierno tecnocrático que organizará en un año elecciones parlamentarias y presidenciales en los ahora divididos territorios palestinos. Pero no ofrece respuesta a ninguna de las cuestiones clave que enfrentan a los moderados del presidente Mahmud Abbas, que con la ayuda occidental dirige Cisjordania, con los islamistas radicales dueños de la franja de Gaza.
En la iniciativa, apadrinada por un Egipto que ya no escribe al dictado de Washington, no se establece cómo se conjugarán las fuerzas de seguridad rivales. Tampoco la manera de zanjar las enormes diferencias entre ambos grupos sobre Israel, en el corazón mismo de su cisma; o la articulación, composición y poderes de su órgano temporal de liderazgo. Hace falta entusiasmo para imaginar una política común entre Hamás, que no reconoce el derecho a la existencia de Israel, proclama la lucha armada y exalta a Bin Laden como un mártir; y Al Fatah, comprometida con la negociación con el Estado judío y que celebra oficialmente la aniquilación del jefe de Al Qaeda.
El acuerdo interpalestino, fruto de la necesidad más que de la convicción, es hijo de los acontecimientos que sacuden Oriente Próximo: básicamente, de la caída de Mubarak, vicario de Washington y patrón de Abbas, y del volcán sirio, que amenaza descabalgar al déspota Bachir el Asad, decisivo protector con armas y dinero de Hamás. Unos y otros buscan como primer rédito de su armisticio el reconocimiento de un Estado palestino por la próxima Asamblea General de la ONU, iniciativa a la que se oponen EE UU e Israel. A Netanyahu, noqueado por los terremotos de Egipto y Siria, le ha faltado tiempo para calificar el compromiso como una victoria del terrorismo que hace imposible la paz.
Los palestinos no pueden ser mantenidos al margen del despertar árabe que reclama libertad y dignidad para sus pueblos. Acusarles por buscar soluciones a la interminable ocupación israelí de las tierras que deben formar parte de su futuro Estado -como ocurre bajo el Gobierno del intransigente Netanyahu, con el silencio de Obama- es además de inmoral insoportablemente cínico.
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