Máscaras

"Italia es un país ridículo y siniestro". En septiembre de 1975, cuando los sociólogos lo consideraban el laboratorio político de Europa y las fuerzas progresistas miraban, también desde España, a su sociedad civil como el modelo a imitar, Pier Paolo Pasolini escribió estas palabras. "Sus hombres de poder son máscaras cómicas vagamente manchadas de sangre. Pero los ciudadanos italianos no les van a la zaga". Pasolini, considerado entre sus compatriotas, hasta en ciertos círculos de la izquierda, como un intelectual desagradable por el descarnado pesimismo de sus opiniones, señalaba dos culpables, la escuela y la televisión, cómplices en la transmisión de una ideología del hedonismo carente de valores humanos y humanistas.
35 años después, Berlusconi encarna la visión pasoliniana de la realidad con tanta maestría como si estuviera interpretando el papel principal en la obra póstuma del artista. El pelo teñido y la cara empastada de maquillaje, sus desesperados alardes juveniles de seductor senil baten a diario sus propias marcas de indignidad, sin que muchos de sus conciudadanos encuentren motivos para dejar de celebrar sus payasadas.
No pretendo ser desagradable, pero Berlusconi me parece más siniestro que ridículo. Para comprobar que los sociólogos de los setenta tenían razón al advertir que la sociedad italiana anticipaba la evolución del resto del continente, basta con contemplar las máscaras de la princesa del pueblo y su corte de enormidades. Debajo, hay un rostro feo y vulgar que a nadie le interesa mirar. Es la magia de la televisión. Cuando la trivial escenificación del canibalismo deje de ser un ameno pasatiempo para disfrutar en familia, tal vez sus estrellas se hayan trasladado a los escaños del Congreso, y habrá quien diga que es pura democracia. Conviene prepararse para lo peor, leer a Pasolini.
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