Un tipo normal
El mítico músico electrónico Richard D. James ofrece un esperado concierto en Barcelona
Nunca lo había parecido, pero el sábado por la noche, en un Razzmatazz lleno, Richard D. James pareció un tipo normal por vez primera en una de sus actuaciones. Porque fue eso, una actuación, un montaje con elementos visuales como tantos otros, un concierto basado en el lenguaje de las canciones, unidades que comienzan y acaban esperando en ocasiones incluso el aplauso, lo que el otrora niño terrible de la electrónica regaló a su público. Con apenas unos esbozos de sus tremebundas superposiciones de ritmos anudados a velocidad de tableteo, sin casi rastro de su pretérita escuela e inquietante puesta en escena, con poca intención de escatimar pautas de baile a los bailarines, fue el de Aphex Twin un concierto normal. No es una lisonja tratándose de Richard D. James.
APHEX TWIN
Razzmatazz
11 Diciembre 2010
Hubo un no sé qué de contención premeditada que acercaba al disfrute
A beneficio de inventario: comenzó paisajístico y melódico, pausado el ritmo; a la media hora, tras insinuar algún pasaje de hip-hop, se precipitó el cambio hacia el techno; a los 50 minutos se produjo una pausa tras la que se imaginó que comenzaría a sonar la dislocación propia de Aphex Twin, cosa que no llegó a suceder. En torno a la hora fue el momento de los ritmos afilados, para pasar 20 minutos más tarde al ruido, luego al drum & bass y finalmente a la saturación absoluta. ¿Lo mejor?, esos dos momentos -primer y último tercio del concierto- en que los bajos se saturaron en primer plano haciendo que todos los motivos restantes de la canción quedasen ensordecidos, casi enmudecidos, escamoteados para evitar patrones fáciles de baile al público. Aphex Twin: incomodidad, anomalía, extrañeza. Duró poco.
Es cierto que en la actuación hubo un no sé qué de contención premeditada que la acercaba al disfrute pleno y fácil sin jamás caer del todo en sus brazos, pero la sobreabundancia de techno pulimentó en demasía las aristas, limó los cantos más vivos y restó extrañeza a la hora y media de electrónica servida entre fulgores de láser. Permanece en segundo plano la inveterada sensación de que Richard D. James no quiere poner fáciles las cosas, pero el tiempo parece redondear las formas de una música que otrora fue literalmente abrasiva.
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