El pacífico Penn
Es curioso que Arthur Penn sea considerado director de la violencia cuando en el trato personal era un hombre apacible, con aquellos buenos modales de cuando el respeto a los demás era parte fundamental de la convivencia. No se le conocieron gestos rudos, polémicas ni agresiones. Pacífico y casi siempre sonriente, hasta parecía tímido. Recuerdo una visita a su casa de Nueva York, en compañía de su buen amigo Chema Prado, cuando preparábamos para el Festival de San Sebastián un ciclo sobre la generación de cineastas de los años cincuenta que habían comenzado su quehacer en la televisión. Como había problemas para conseguir las copias, Penn sacó de un estante algunos vídeos antiguos que nos pasó por si podían resolvernos el problema, y aunque se trataba de copias únicas no insistió en que le fueran devueltos. Un tipo elegante.
Lo demostró de nuevo cuando en 2005 fue invitado por la Filmoteca Española a un coloquio sobre Don Quijote en el cine, que compartió, entre otros, con José Saramago. Qué grandes tertulias las de la Filmo. ¿Desaparecerán ahora si cambian a su director, como al parecer pretende la ministra? Penn, como tantos otros que han colaborado con la Filmoteca a lo largo de los años, seguramente estaría en contra de tal capricho. En aquella charla, Penn, gran estudioso del libro, expuso sus conocimientos sin pedantería ni exhibicionismo, descubriendo aspectos y matices. Quizás se le había quedado en el tintero algún proyecto cinematográfico en torno al Quijote y la violencia de su entorno. En los últimos años de su vida, el director de películas tan importantes como El milagro de Anne Sullivan o Bonnie y Clyde, tuvo desacuerdos con los jóvenes ejecutivos de los estudios, interesados solo en fabricar películas para adolescentes. Y lo que Penn quería reflejar en sus películas era esa honda violencia que late en su país, las contradicciones de las guerras que ha provocado, el racismo, la intolerancia, las injusticias del capitalismo... Por eso se dice que era el director de la violencia. Él se limitaba a reflejar la que existe en la vida real. Y lo hizo sin tapujos y con talento, en el cine, la televisión y el teatro. Ya no quedan muchos como él. Un clásico moderno que probablemente será revisado ahora en las filmotecas, como hace 15 años se hizo en el Festival de Valladolid. Aún tenemos mucho que aprender de Arthur Penn.
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