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Crónica:CARTA DEL CORRESPONSAL / Caracas | Economía global
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un país a media luz

Por decreto presidencial, la oscuridad llega cada vez más temprano a Venezuela. El Gobierno comenzó por apagar el sol media hora antes de lo acostumbrado, cuando el 9 de diciembre de 2007 cambió el huso horario del país "para adecuarlo a la nueva realidad del proceso revolucionario", para ajustar la vida productiva de los venezolanos al ciclo solar y generar de ese modo un mayor ahorro de energía. Luego, obligado por la crisis eléctrica que el cambio de hora legal no pudo conjurar y que desde hace un año atraviesa el país, optó por apagar las fuentes artificiales de luz; primero, con cortes imprevistos del servicio eléctrico, y después, a través de una ley de emergencia que en febrero pasado impuso el ahorro de energía y sanciones para quienes no lo acataran.

La sequía lleva al Gobierno a rebajar el uso de la energía eléctrica
Las provincias sufren más que Caracas los cortes en el suministro
La falta de luz agudiza la imaginación de los venezolanos

Los apagones son selectivos. Después de varios ensayos fallidos y a pesar de la ferocidad de la crisis, que según la versión oficial es consecuencia de la sequía que mermó el embalse del complejo hidroeléctrico de El Guri, que surte al 70% del país, el Gobierno ha puesto especial empeño en no afectar a Caracas con los cortes eléctricos. La provincia del país es la que ha llevado la peor parte en los planes de ahorro, con suspensiones del servicio hasta de ocho horas diarias en algunas ciudades; en casos extremos, hasta de cinco días, a consecuencia de fallos en las plantas generadoras, como el que hasta el martes pasado afectó a tres municipios del Estado andino de Mérida. Y ha sido justamente en medio del país profundo, sumido en la oscuridad profunda, donde los venezolanos han alumbrado toda clase de inventos y nuevos modos de vida.

Aun antes de que el jueves 22 de abril estallara el transformador que llevaba energía a los municipios merideños de Tovar, Zea y Rivas Dávila, las amas de casa ya habían aprendido a comprar en el mercado sólo la carne que consumirían en el día y a salar los sobrantes para conservarlos antes de que un corte imprevisto se los descompusiera en la heladera apagada. Y los restaurantes también habían instrumentado un recorte del menú, ofreciendo sólo los platos que con seguridad iban a ser servidos en un día normal de venta. Sin embargo, fue inevitable que algunos bodegueros desprevenidos tuvieran que arrojar a la basura kilos de alimentos no perecederos.

Los edificios residenciales de las ciudades de Mérida y San Cristóbal, por ejemplo, sí afrontan todo un reto de ingeniería y seguridad. Como el servicio de agua también falla, a falta de electricidad para echar a andar las bombas que la hacen circular desde los depósitos de almacenamiento hasta las tuberías, los vecinos han resuelto instalar tanques en cada uno de sus pisos, lo que representa un peso adicional para la estructura que no calcularon los arquitectos. Eso sin contar la amenaza del vapor inflamable que sale de los apartamentos cuando, a la hora del apagón, todos los que tienen uno, encienden sus generadores de gasolina para generar electricidad.

¿Cuánto durará la contingencia? Nadie lo sabe. Pero con certeza los venezolanos seguirán buscando sobre la marcha más ideas para ver la luz.

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