Lukas Foss, director de orquesta y pianista
La Filarmónica de Nueva York dedicó un concierto a su obra
Era Lukas Foss un modelo de músico versátil y multidimensional. En realidad, la profesión de músico en el último siglo se ejerce muchas veces multiplicando los registros de actividad. Es una manera neorrenacentista de vivir, dicen algunos, y quizás no les falta razón. Para otros es simplemente una cuestión de supervivencia.
Nacido en Berlín en agosto de 1922 y fallecido el pasado 1 de febrero en su casa de Manhattan, Lukas Foss hizo de todo. Fue compositor, director de orquesta, pianista, profesor, impulsor de actividades musicales y un largo etcétera. Hijo de un abogado y una pintora, cambió su apellido original Fuchs a Foss y en 1942 se nacionalizó estadounidense. Llevaba ya entonces cinco años en América, donde estudió en el Instituto Curtis de Filadelfia con Sergei Koussevitzky y composición con Paul Hindemith en la Universidad de Yale. En 1953 sustituyó a Schoenberg como profesor en la Universidad de California. En fin, las buenas compañías no le han faltado a lo largo de su vida. Sus composiciones entrarían en el apartado de eclécticas, con un toque de experimentalismo en ocasiones y con un sentido de lo americano en música prácticamente siempre.
En cierta ocasión dijo que dirigía orquestas porque le gustaba "hacer amar el pasado", manifestando de paso su admiración por Bach, Mozart, Beethoven, Wagner, Verdi, Haendel y Schubert. En realidad, le gustaba toda la música del pasado y solamente así se explica que apareciese por el Palacio Valdés de Avilés (Asturias) en 1992 para dirigir una zarzuela barroca de Durón: El imposible mayor en amor, le vence Amor.
En su faceta directorial en la década de los sesenta del siglo pasado estuvo mayormente vinculado a la Filarmónica de Buffalo, en la de los setenta a las de Brooklyn y Jerusalén, y en la de los ochenta a la de Milwaukee. En los noventa la faceta educativa fue cogiendo un peso más determinante en su vida, y a partir de 1991 dio clases de Teoría y Composición en la Universidad de Boston.
Algunos reconocimientos de primer orden, desde Roma a Nueva York, jalonan su trabajo. Miembro de la Academia Americana y del Instituto de las Artes y de las Letras, ha sido distinguido con, al menos, ocho doctorados honoris causa. Pero quizás ninguno de los homenajes le ha tocado con mayor profundidad que el concierto que la Filarmónica de Nueva York dedicó a su obra a mediados de la década anterior.

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