Homenaje a Leopoldo Calvo-Sotelo
Quisiera añadir un testimonio personal a los muchos que se han publicado en memoria de Leopoldo Calvo-Sotelo. No insistiré en su cultura y cualidades de su juventud, que no estaba muy lejos de la mía (siete años de diferencia), que ya han sido comentadas en estas mismas páginas por mi cuñado Paco Bustelo. Sin embargo, otros contactos míos con él en aquella época pueden tener alguna significación.
En 1957 yo era delegado de los alumnos de la Escuela de Minas y realizamos un encierro con una huelga de hambre en todas las escuelas de ingenieros de Madrid, en protesta por el monopolio de la representación estudiantil del SEU falangista. Leopoldo había sido delegado de su Escuela de Caminos, años atrás, y durante el encierro me daba consejos de cómo actuar y, en particular, me decía que yo debía comer: "El jefe debe estar atento y despierto para negociar el fin de la huelga". Desgraciadamente, como idealista juvenil, no le hice caso y ni siquiera recuerdo cómo negocié el fin de la huelga con el entonces DNA Torcuato Fernández Miranda.
Más tarde, exiliados en París Paco Bustelo y yo, éramos aún estudiantes con sendas becas del Gobierno francés, con pocos recursos económicos. Leopoldo, director de la empresa Pernofil, del Banco Urquijo, viajaba a menudo a París con su segundo, Luis Solana (padre de Javier y Luis), y no olvidaba invitarnos a comer a Paco y a mí, que disfrutábamos de magníficas comidas en las que discutíamos de política y él intentaba moderar nuestras ideas, quizá un tanto utópicas y optimistas.
Años después, en las postrimerías del franquismo, acogió en Unión Española de Explosivos a Miguel Boyer, que dimitió del INI por rechazar los últimos juicios políticos. Leopoldo, a quien he continuado viendo en su casa de Ribadeo o en alguno de sus barcos, era distinto y distante, pero siempre cariñoso con quienes juzgaba merecerlo. Leopoldo era, en todo caso, un auténtico demócrata dentro del conjunto de la derecha española, que tanto carecía de personas de su talante y talento.
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