Como un ilustrador de Larra
"La estadística sirve para
aliviar el sufrimiento humano" (José Aranda)
José Aranda Aznar no tenía la fea costumbre de presumir: ni de novelista o de autor dramático ni de articulista, ni de ensayista, ni siquiera de buen estadístico... y, todo ello, lo era en grado de excelencia. De lo que sí se enorgullecía Pepe Aranda era de ser buen amigo de sus amigos y quienes hemos gozado de ese privilegio podemos atestiguar la certeza de aquel sentir suyo.
En esta hora de su muerte, en el momento de la despedida, se puede asegurar que a José Aranda le tocó ilustrar con su ejemplo la descripción que del acto creativo de escribir hizo Mariano José de Larra: "En España, escribir es llorar". Pondré sólo un ejemplo: en 2005 se estrenó con éxito en Moscú una obra de teatro titulada Glinka, bajo la dirección de Joan Frank Charansonnet. Pues bien, el autor de esa obra es José Aranda, que nunca consiguió ver estrenada su función en España (el texto lo publicó La Avispa en 2001).
En efecto, José Aranda dedicó buena parte de su vida al oficio de escribir: desde 1960, cuando, a sus 18 años, comenzó a dirigir La Gaceta del Sur hasta El Quijote frente a la Realidad, obra que el INE publicó en 2005. Una mirada original sobre el personaje de Cervantes y su mundo. Al fin y al cabo, don Alonso Quijano era paisano suyo (Aranda nació en Bolaños, Ciudad Real).
La culpa, El que habita el infierno, Gemidos muertos, Mi ausencia, La venta de Borondo... son algunas de las novelas que vio publicadas. En fin, su trabajo en el INE, institución de la que fue director general, forma parte y parte principal del salto adelante que la Estadística española ha dado durante los últimos años. Su ensayo titulado La mezcla demográfica del pueblo vasco levantó en su día una polvareda en forma de polémica con bastantes más aplausos que pitos; estos últimos, al fin y al cabo, fueron el resultado -como siempre ocurre- de la destrucción de un mito a manos de la ciencia.
Mas, por encima de su labor intelectual y de su tenacidad creadora. Más allá de sus profundas convicciones humanísticas, José Aranda Aznar era grande, tanto como lo era su corazón. Un corazón que destilaba bondad, una bondad intensa. Su cariño no era el de los abrazos superficiales ni el de las palabras melosas -su rigurosa sobriedad manchega no se lo permitía-, era el de los hechos. El nuestro -el de sus amigos hacia él- no deberá desmerecerlo en el momento en que ha caído en esta celada postrera, y son nuestros cariños y dolores los que, con Manrique, "digo que acompañen y lleguen hasta la huesa con su dueño".

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