El azul de fiordos y glaciares
LO MEJOR de Noruega resulta ser lo que aún no es: un país turístico. Sus gentes tratan de preservar su tierra y sus costumbres, su modo de vida y su naturaleza única.
En ciudades como Oslo, Stavanger o Voss no se ven carteles publicitarios ni el trasiego afanoso característico de las metrópolis europeas. A los noruegos les gusta conducir despacio y su música es tranquila como también lo son sus lagos de montaña. En Bergen, que nos cobija con su lluvia persistente, podemos admirar las casas de madera que los comerciantes alemanes de la Liga Hanseática -algunos originarios de la ciudad alemana de Lübeck, patria del premio Nobel de literatura Thomas Mann- levantaron. Luego podemos pasear por el mercado del pescado, donde podremos degustar una excelente cerveza fría y un salmón de primera calidad. No debemos olvidarnos de probar las fresas y las moras que abundan en los tenderetes. Es recomendable realizar asimismo el recorrido de Myrdal a Flam en un tren de época. Este medio de transporte, una auténtica joya, permite visitar pueblos sencillos pero bellísimos, como Christiansen o Stryn, donde en verano brilla la luz hasta las once de la noche.
Sin embargo, lo que siempre sobrecoge es la mágica presencia de su naturaleza: los lagos azules de aguas espejeantes, los amplios fiordos de color esmeralda, las omnipresentes cascadas cayendo impetuosas, los extensos bosques, los glaciares azulados... El visitante tendrá la impresión de protagonizar un fantasioso cuento de hadas.
Como colofón a nuestra inmersión en la naturaleza, podemos recorrer el pedregoso camino de 3.800 metros que sube hasta la inmensa mole del Preikestolen. Desde una altura de 600 metros divisaremos el fiordo que une el mar con el cielo: el Lysefjorden. Confiemos en que esta maravilla no se convierta en un lugar de peregrinaje con funicular incluido en unos años. La soledad encantada de los fiordos y la noche iluminada de Stavanger, con su barriada de casa de madera, dejan en el viajero una impronta difícil de borrar.

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