Los biocombustibles nos hacen más pobres
A todos, pero a algunos más que a otros. El artículo publicado en EL PAÍS firmado por el director general de la FAO con el título Los biocombustibles deben beneficiar a los pobres puede ser mal interpretado y dar alas a los que quieren hacerse muy ricos con este negocio. Además, es la antítesis del que también publicó este periódico donde el presidente de la Asociación de Jóvenes Agricultores de Alicante explicaba que "el minifundio impide al campo apostar por los cultivos energéticos".
Es cierto que millones de campesinos pobres se calientan y cocinan con leña y estiércol y que carecen de electricidad, que también podría producirse con estas fuentes. Pero los dramáticos datos que la actual convención contra la desertización nos ofrece hacen dudar de que leña y pastos para ganado sigan estando disponibles en cantidades suficientes para estas poblaciones en rapidísimo crecimiento. Es urgente aportar materia orgánica a sus tierras para parar un fenómeno irreversible que condenará al hambre y la sequía a los hijos de estos campesinos, primero, y a los nuestros, después. Esta materia orgánica la aportan el estiércol y los residuos de cosechas. Aunque mucho antes de que el utópico deseo de ver leña y estiércol generando electricidad a los pobres se pueda hacer realidad, veremos, y estamos viendo, maíz, soja, azúcar y aceite vegetal transformarse en carburantes para coches; también cómo las empresas que los producen toman tierras en estos países pobres con la fuerza del capital, de la extorsión o de leyes de gobiernos corruptos.
Ni una gota del biodiésel o etanol que usted pueda colocar en su depósito habrá sido producida por un pequeño agricultor del mundo pobre, pero puede estar seguro de que esa gota les habrá robado muchas gotas de agua para cultivar frijoles o arroz, y puede que alguna gota de sangre en la defensa de sus tierras.
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