Populistas en Europa
A pesar del insoportable ruido político que llevamos soportando desde que ETA hizo explotar la bomba de Barajas, asesinando a dos personas y arruinando el hasta entonces llamado proceso de paz, la vida continúa. Por eso, el pasado domingo, además de la resaca de las manifestaciones contra el terrorismo, tuvimos noticia de la jubilosa proclamación de la candidatura de Nicolas Sarkozy a la presidencia de Francia, con una puesta en escena más propia de Hollywood que de lo que hasta hace poco habían sido los usos y costumbres a este lado del Atlántico.
Sarkozy ha querido dejar las cosas claras desde el primer momento de su carrera hacia el Eliseo. Nada de mensajes ambiguos que puedan inducir a error. Al pan, pan, y al vino, vino. "Quiero ser un presidente-líder que dirá antes todo lo que hará, y hará después todo lo que haya dicho", expresa con vehemencia, a modo de declaración programática, recordando a lo de "vuestro comandante en jefe" que tanto le gusta a Bush. "Quiero una Francia en la que los alumnos se pongan en pie cuando entra el profesor", exclama como resumen de intenciones. Frente al cansancio y la desconfianza generalizada hacia la clase política, nada mejor que una retórica que presenta el discurso propio como algo nuevo, ajeno incluso a dicha clase política. Frente a la inseguridad y la incertidumbre características de la época en la que vivimos, un gesto de autoridad. Frente a la complejidad de muchos de los fenómenos del mundo actual, el despliegue de un populismo vacío de contenido y sin otro significado que una huida hacia delante de quien carece de argumentos o de talla intelectual.
Los populistas han hallado dos filones en los que escarbar, pensando tal vez encontrar en ellos el combustible necesario para esa huida hacia delante, para ese viaje que, en realidad no conduce a ninguna parte: el nacionalismo patriotero y la seguridad. Como todos los populistas, Sarkozy se presenta como alguien ajeno al propio sistema político, como representante de "una Francia que es la de todos los franceses, que no saben muy bien si son de derechas, de izquierdas, o de centro", al tiempo que promete orden y mano dura, como si la incertidumbre que nos acompaña en este principio de siglo nada tuviera que ver con los profundos cambios habidos en el sistema económico durante las últimas décadas.
Tampoco los instrumentos a través de los cuales se transmiten actualmente las imágenes y los mensajes políticos ayudan demasiado a los amantes del matiz y del debate con profundidad. Las preferencias de los electores parecen decantarse como consecuencia de una frase, una imagen o una metedura de pata. Siguiendo lo que parecen implacables normas del mundo audiovisual, las tertulias y espacios de debate dejan paso a los flases y las apariciones ya montadas y prefabricadas con anterioridad. Y en ese campo, los mensajes simples y sin matices tienen siempre ventaja sobre aquellos otros que pretenden extender el argumento. Como viene ya apuntándose en diversos países -entre ellos, España- durante los últimos años, parece que en Europa se abre camino una forma de hacer política que cuajó hace ya tiempo en Estados Unidos y que, curiosamente, no dudamos en vilipendiar cuando recurren a ella en otras latitudes y contextos culturales: el populismo.
Así las cosas, no lo va a tener fácil la socialista Ségolène Royal para oponerse al fuego mediático que Sarkozy parece dispuesto a desplegar, como una enorme tela de araña en la que atrapar cualquier discurso que intente comprender los problemas del mundo actual para buscar soluciones efectivas a los mismos. Además, tampoco la izquierda francesa parece estar muy sobrada de ideas, como se puso de manifiesto hace dos años tras el intento de Jospin de remover las aguas presentando sus reflexiones y conclusiones políticas sobre la nueva configuración de las élites económicas y sociales en la actual mundialización. Es probable, en consecuencia, que los socialistas traten de capear el vendaval populista de Sarkozy intentando explotar la imagen de su candidata como mejor argumento.
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