Lluís Llach y Raphael, tan lejos, tan cerca
Si este fuera un país civilizado (musicalmente, se entiende), por ejemplo, Francia, Lluís Llach y Raphael habrían coincidido más de una vez en algún programa de esos que llaman de varieté y nadie se habría rasgado las vestiduras o hubiera hecho explotar el tubo catódico. La cartelera valenciana ha conseguido que estos artistas compartan calendario y estreno (el jueves). Los dos nos llegan con tarjeta de embarque de gira y cartel "no hay entradas". Llach, para anunciarnos, como Serge Gainsbourg, que he venido para deciros que me voy; Raphael, que por ahora no piensa marcharse.
El primero nos invita a un oratorio laico, conducido por un héroe existencial y de perfil camusiano; el segundo, a una misa preconciliar oficiada por un descendiente de Dorian Gray. Mientras Llach ejecuta su ceremonia desde el piano, púlpito ético-melódico, Raphael oficia su ritual como pastor evangelista y los fieles chillan, gritan, corean, se ponen de pie y entran en éxtasis de andar por casa. Son conscientes de que la noche viene cargada de emociones y que la música será hasta una excusa, porque las pasiones están vendidas de antemano. Llach, envuelto en su canto de los adioses; Raphael, para darnos sus gracias a la vida. Mientras el Palau de Congressos se transforma en asamblea antimundialista y bandera No logo, la platea del teatro Olympia se vive como un reality show conducido por el Diario de Raphael. Como dice la canción Geografia, con la que Llach abre el espectáculo, ser "sempre fidel al mateix gest". Y Raphael se planta y desplanta, hoy como ayer, haciendo de la desmesura su vector estético. La expresividad de Llach está más focalizada y se limita de cintura para arriba, pero la suple con su rostro, que sigue conciliando complicidades de ternura y seducción en un público que milagrosamente abraza todo el arco iris biológico. El listón de Raphael apunta de la cincuentena para arriba, y algunos con problemas de próstata, por el tránsito hacia los servicios. Raphael aunque sigue siendo aquel -excelente diseño de luces-, se atreve a emular a Michelle Pfeiffer en Los fabulosos Baker Boys y se encarama en varias ocasiones al piano despertando su alma dormida de vedette del Lido. En el repertorio, canciones nuevas -Llach estrenó las de su nuevo disco i.- y éxitos de ayer para el público de siempre. Melodías incandescentes como Un núvol blanc o de intensidad febril como la versión de un tema de Barbara. Raphael, una vez más, encontró su piedra filosofal en las composiciones que le hiciera Manuel Alejandro, autor al que habrá que reconocerle llegado el momento uno de los cancioneros más tempestuosos de la música popular española del siglo XX.
Lluís Llach y Raphael, a pesar de las antípodas y otras geografías, compartieron lo que más les gusta y une, ni más ni menos que cantar y divertir al público.
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