Una célula muy especial
CUANDO EN 1973, un periodista de Playboy le preguntó a Kurt Vonnegut -por entonces héroe de los campus y prócer contracultural- cuáles eran sus motivaciones para escribir, el autor de Madre Noche respondió: "Mis motivaciones son políticas. Yo estoy de acuerdo con Stalin y con Hitler y con Mussolini en cuanto a que el escritor debe servir a su sociedad. Lo que me distancia de los dictadores es cómo un escritor debe servir a su sociedad. Yo tiendo a pensar que, al menos desde un punto de vista sociológico, somos agentes de cambio. Espero que para mejor, claro. Somos como células especializadas que se encargan de introducir nuevas ideas en una sociedad".
Hoy, este alguna vez empleado de la General Electrics es -con triste orgullo- un hombre sin patria. No suele figurar en ningún canon (por más que su influencia sea más que evidente; pensar en Irving, Coupland, Eggers, Safran Foer o Palahniuk); nadie apuesta por su número en la absurda lotería del Nobel (aunque, por su humanismo de forajido, sería un premio ideal), y sus últimos cinco libros (entre los que se cuentan las memorias literarias Fates Worse Than Death, los relatos de juventud recogidos en Bagombo Snuff Box y la "novela interrumpida" Timequake, sí en versión catalana de 2003) no han sido traducidos al castellano. Su retorno con el agorero Un hombre sin patria es, por lo tanto, una paradójica buena e inmejorable nueva.
En la introducción a un reciente volumen de ensayos sobre su obra, Vonnegut escribió: "Cuando miro hacia atrás en mi increíblemente afortunada carrera como narrador... me doy cuenta que una y otra vez, lo único que he hecho es escribir sobre personas que se comportaron decentemente en una sociedad indecente".
Lo que no significa otra cosa que Vonnegut ha escrito, siempre, sobre sí mismo.
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