Il Cavaliere, cinco años bajo el 'síndrome de Zelig'

La ex actriz Miriam Bertolini, más conocida por el seudónimo Veronica Lario, fue el otro día a ver El caimán, la última película del muy antiberlusconiano director de cine Nanni Moretti. A Lario, segunda esposa de Berlusconi, no le gustó el filme: "Es una película política, un anuncio electoral que aspira a movilizar el voto de la Italia incierta", comentó la señora de Berlusconi a su amiga Maria Latella, redactora del periódico Corriere della Sera. "La intención de Moretti es instrumental", continuó, "pero la película será aún más peligrosa si se convierte tras las elecciones en una bandera política, porque crea un chivo expiatorio".
Para Veronica Lario, la película que retrata perfectamente a Il Cavaliere ya existe, lleva la firma del neoyorquino Woody Allen y se llama Zelig.
El síndrome de Zelig, un hombre capaz de convertirse en cualquier otro para complacer a su interlocutor, ha definido la política de Silvio Berlusconi durante los últimos cinco años. La política económica, sobre todo. El hombre más rico de Italia llegó a la presidencia del Gobierno aupado por quienes deseaban un reformista despiadado, un estadista que desbloqueara la anquilosada maquinaria administrativa italiana y recortara el abultado gasto público. Muchos de sus votantes miraban a Berlusconi y creían ver a la británica Margaret Thatcher.
Cinco años después, no ha cambiado casi nada en Italia. Los impuestos directos han descendido, como exigían los liberales de derecha. Pero el gasto social no sólo no ha bajado, sino que ha subido, como exigían los democristianos, los sindicatos y el conjunto de la izquierda, en la oposición. Con menos ingresos, mayores gastos y nulo crecimiento económico, el déficit presupuestario y la deuda sólo podían dispararse.
En su afán por gustar a propios y extraños como hacía el personaje de la célebre película de Woody Allen, Silvio Berlusconi ha intentado satisfacer a todos y no ha dejado a nadie contento.
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