Una película italiana recuerda la oscura matanza de Bolonia
Dijo Billy Wilder que todas las películas son largas y todos los penes, pequeños. Un ingenioso aserto del maestro de maestros cuya primera afirmación es cotidianamente constatada en este festival. Las dos horas y media de la italiana Romanzo criminale, dirigida por el actor Michele Placido y basada en el atentado en la estación de Bolonia, es una inacabable retahíla de disparos, muertos y venganzas, que podrían haberse evitado al menos en duración.
Muchos periodistas prefirieron el frío de la calle antes que seguir viendo Romanzo criminale, perdiéndose las referencias políticas que vinculan a una banda de gánsteres y al propio Estado italiano con el atentado que causó 83 muertos en la estación de ferrocarril de Bolonia a principios de 1980, golpe adjudicado a la extrema derecha.
A pesar de que esta denuncia no deje de ser breve en el mare mágnum general, algunos críticos italianos se indignaron con la frivolidad que supone dar por sentado lo que aún, o eso dicen, continúa investigándose. Pero la cuestión no está en si los poderes fácticos italianos fueron cómplices de la matanza como respuesta al secuestro y asesinato del presidente Aldo Moro por las Brigadas Rojas.
La película no trata de eso, aunque lo sugiera, sino de un grupito de delincuentes que consiguieron hacerse con el poder mafioso en plena Roma, secuestrando, asesinando, estafando y relacionándose con algún poder. Las venturas y desventuras de los más importantes del grupo se narran por capítulos, similares en acciones confusas, apuñalamientos, degollamientos, muertes por sobredosis y otros manidos temas de este género para sadomasoquistas. Tanta violencia no sería un problema si la historia tuviesen interés, pero Romanzo criminale, bien rodada y actuada como debería ser preceptivo en todas las películas, será recordada por haber provocado la mayor espantada de este año... aunque no la única.
Evasión
Muy superior, en cualquier caso, a la evasión provocada por la alemana de las nueve de la mañana, Sehnsucht, de Valeska Grisebach, que ni siquiera llega a la hora y media. Si Woody Allen bromeó sobre las películas europeas en las que se ve crecer la hierba, en ésta, después de crecida, se ve cómo un conejo se la va comiendo tranquilamente. Cuando el bicho terminó el banquete, se inició en la sala un conato de cachondeo. No obstante, la apuesta estética de Sehnsucht (Anhelo) mejora en el recuerdo: el conflicto de un joven casado y enamorado, que vive en un pueblecito de 200 habitantes, y que queda partido entre el amor a dos mujeres, sólo adquiere sentido a través del lenguaje cinematográfico de la directora, probablemente inadecuado para las nueve de la mañana. A esa hora hubiera quedado mejor la italiana de tiros.
Por supuesto que no hubo deserciones en la australiana Candy, del director Neil Armfield. La película está protagonizada por Heath Ledger, el vaquero rubio de Ang Lee, y tiene el morbo de hablar de una pareja drogadicta (ella es Abbie Cornish) que lucha contra su adicción, pero en la que recaen. Ella se prostituye, él lo intenta y logra esquilmar a un iluso, piden dinero, se casan... Un melodrama alejado de la emoción aunque eficaz, ya visto con frecuencia en el cine de los setenta.
El cine español tuvo ayer una presencia singular. Se presentó en la sección Panorama el segundo largo de Mireia Ross, El triunfo, adaptación de la novela de Francisco Casavella, la negra crónica de un barrio donde cuatro jóvenes sueñan con triunfar con sus rumbas y se topan con sus dramas personales y el entorno hostil. La película tiene a veces aspecto de musical y buenos momentos, pero excesiva longitud. También se presentó en Panorama, aunque antes de la fecha prevista, el sorprendente documental de Chema Rodríguez Estrellas de La Línea, que relata cómo unas pobres prostitutas de Guatemala llamaron la atención sobre los malos tratos que sufrían organizando el equipo de fútbol que da título a la película.

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