A media luz

La cosa marchó bastante bien durante la primera parte del concierto de anteayer en Valladolid, que ayer se repitió en San Sebastian. El octeto instrumental, a modo de orquesta barroca, era capaz de transmitir el ambiente cortesano y camerístico de un tiempo definido por cierta galantería y distinción en los salones. La chacona, de King Arthur, de Purcell, sonó especialmente feliz, pero no menor fue el acierto, y hasta el encanto, de la sonata en imitación de los pájaros, de Williams, o los aires danzables de Playford. Estaba siendo una velada muy inglesa, lo cual, tratándose de quien se trataba, era de agradecer. Pickett se mostraba además contenido en su dirección y así el concierto fluía con prudencia y relajación.

Llegó la ópera y la atmósfera cambió por completo. A peor. La orquesta empezó a mostrar fragilidad. Eran tan pocos los instrumentistas que parecía una versión dietética. La sosería de los cantantes contribuyó al progresivo apagamiento de la velada. El personaje de Belinda se sintió indispuesto y fue sustituido por una soprano del estupendo coro. Casi ni se notó. Las medias luces acabaron por impregnarlo todo.