"Con una voz solamente no se hace una carrera"

La voz solamente no basta, con el único arma de la voz no se levanta una gran cantante. María Bayo lo sabe. Entiende perfectamente que ésta no es una época en la que basten dos o tres cosas para lograr una gran trayectoria en el mundo de la ópera. "La competencia hoy es cada vez mayor, con una voz sólo no se hace una carrera, necesitas un trabajo continuo de perfeccionamiento", asegura la soprano, que actúa estos días en el Teatro Real, de Madrid, donde forma parte del reparto del Don Giovanni, de Mozart, con el que se ha abierto la temporada.
Es amante de la ópera porque conjuga música y teatro en un mismo arte. Cree que para llegar a mantenerse viva y activa en el negocio necesitas sentir cosquilleos permanentes en el ombligo. "Si no mantienes esa ilusión básica, mejor te retiras". Aunque también le mueve esa curiosidad en cada nuevo montaje de ver si lo que prepara cuaja del todo y consigue el espectáculo total de la ópera, esa faena completa que surge en contadas ocasiones y que es una conjunción de brillantez escénica, poder musical y canto emocionante. "Eso ocurre pocas veces", admite Bayo.
"Hay que adaptarse para cada cosa. La voz no es la misma, el estilo tampoco"
Pero en algunas se da. Ella recuerda un Pelléas y Mélisande, de Debussy, muy completo, en el Real. "Es un personaje al que todavía no he logrado comprender del todo", confiesa abiertamente como prueba del misterio constante que cautiva en esa obra maestra. Aquello fue hace algunas temporadas y prueba también que María Bayo no es una cantante de poco riesgo a la hora de probar repertorio. Ha hecho de todo, óperas barrocas, Mozart, franceses, Rossini...
Pica con gusto de todos los platos. "No quiero ser una especialista", asegura. Por eso ha contribuido también a descubrir compositores olvidados, como Martín y Soler, contemporáneo de Mozart y géneros enterrados, como la zarzuela barroca. Pero esa elección suya de huir de la especialización tiene sus inconvenientes. "Hay que adaptarse para cada cosa que vayas a hacer. La voz no es la misma, el estilo tampoco". Por eso se rodea de los mejores especialistas cada vez que elige un título. "Cada repertorio exige un idioma, un bagaje, el conocimiento de una cultura", asegura.
Y eso lo supo pronto, al empezar a estudiar canto ya en Pamplona, adonde llegó desde Fitero, su pueblo navarro de 3.000 habitantes donde pocos sabían en qué consistía ser cantante de ópera. "Me puse en manos de Edurne Arregui, que me encauzó por el mundo lírico y en la literatura germánica". Con ella pasó años estudiando a Bach. "Así adquirí una formación musical muy sólida", recuerda. Suficiente para triunfar después en Salzburgo, por ejemplo, durante la etapa de Gérard Mortier, donde arrasó con el querubino de Las bodas de Fígaro y después con otros papeles mozartianos.
Mozart es su gran capricho y
su mejor talismán. Con él triunfó en la liga de campeones internacional y representa una parte fundamental de las más de 40 obras que ha hecho en varios teatros del mundo. Pero hay otros títulos y otros compositores que también le han dado gloria, desde los belcantistas y Rossini, de quien hace de forma magistral El barbero de Sevilla, a Haendel, con su Julio César, Massenet, con Manon, o Cavalli, con La Calisto, que también la ha llevado a lo alto.
Trabaja a conciencia, no acepta hacer más de cuatro o cinco óperas al año y también tiene sus miedos: "Las gripes, las afonías, esos ataques que te hacen de repente perder la voz de una manera que parece que no va a volver nunca". Pero para evitar llegar a eso no tiene métodos infalibles. "Sentido común, sobre todo, con eso puedes llegar a todas partes". Aunque también admite algunos trucos mientras saborea un zumo de naranja: "Prevenir los resfriados". ¿Evitar vicios? "No todos, por ejemplo, beber vino es bueno para la voz, aunque, eso sí, nunca el día de la función".

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