Darwin y Bush
Hay quienes creen que existe un choque de civilizaciones entre el islam y el cristianismo, pero también quienes opinan que ambos credos no se consideran enemigos entre sí, y que, incluso, en sus extremos, hay sectores que comparten un creciente y combativo rechazo de las sociedades seculares. Es cierto que las sociedades occidentales, de cultura cristiana, están mejor preparadas que las islámicas para contrarrestar la ofensiva de los fundamentalismos religiosos. Como ejemplo reciente, en Europa no se ha concedido importancia a un artículo del arzobispo de Viena, e influyente teólogo del Vaticano, sugiriendo que la teoría de la evolución, tal y como la explica hoy día la ciencia, no es compatible con el catolicismo.
Pero una cosa es un artículo de un cardenal y otra las declaraciones del presidente de Estados Unidos animando a que en los colegios públicos de su país se enseñe "también", dentro de las materias científicas, la llamada teoría del "diseño inteligente", es decir, la nueva envoltura con la que los fundamentalistas cristianos están presentando la vieja tesis del creacionismo bíblico y el rechazo a la teoría de la evolución formulada por Charles Darwin.
Aunque en Estados Unidos los planes de estudio no dependen del Gobierno federal, la intervención de Bush ha provocado conmoción en los círculos científicos. Las más prestigiosas instituciones académicas de ese país llevan tiempo denunciando el avance de las campañas de propaganda de poderosos think tank para exigir que las escuelas incluyan entre sus enseñanzas científicas que la teoría de la evolución es insuficiente para explicar la vida y que existe una "fuerza inteligente" detrás del desarrollo de la humanidad. En menos de seis años han conseguido que las propuestas hostiles a la teoría de la evolución sean examinadas por las autoridades escolares de 20 Estados de la Unión.
La intervención de Bush, colocando al mismo nivel una de las teorías más contrastadas de la historia de la ciencia y el "diseño inteligente", alarma a quienes creen que la confusión entre pensamiento científico y religión es un peligro que acecha a todo tipo de sociedades. Lo menos que se puede decir es que el presidente de EE UU acaba de hacer más respetable ese disparate.
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