Carta final
A la recién fallecida Anne Bancroft no la recordaré como la señora Robinson de El graduado, sino como la escritora Helen Hanff (1916-1997) de otra película de culto, de distinto culto (el que une a los adictos a la literatura), y también de amor, aunque de amor múltiple (a los libros viejos y las ediciones raras, a la correspondencia clásica y a la amistad). 84 Charing Cross Road, que aquí se llamó La carta final, partía de la única obra maestra que Hanff produjo en su vida: la recopilación de las cartas que ella y el librero Frank P. Doel intercambiaron desde 1949 hasta la muerte de él, en 1969. Le puso como título la dirección de la librería de antiguo Marks & Co., a la que dirigió su primera petición de autores ingleses, en ejemplares usados y baratos.
Sin verse jamás, a través del Atlántico, esta insólita pareja cimentó, carta a carta, una notable relación trenzada en torno a la pasión literaria, las pequeñas novedades cotidianas, la precariedad de la subsistencia (él, encargado de Marks & Co., en el Londres famélico de la postguerra; ella, escritora incipiente y mal pagada) y los rasgos de carácter que les hicieron complementarios (ella, irónica y algo extravagante; él, contenido, tímido, digno). Helen le daba su vitalidad, él llenaba su piso de preciosos volúmenes.
Película de culto, decía, la protagonizada por Bancroft (su marido, Mel Brooks, le regaló los derechos del libro por un cumpleaños), a quien hoy lloramos los cinéfilos y los hermanos del graduado. Pero, por encima de todo, película de celebración de lo mejor que tenemos: la capacidad de relacionarnos para disfrutar de nuestras experiencias y de nuestras lecturas. Por una extraña casualidad, en el teatro Guimerá, de Santa Cruz de Tenerife, esta noche se representa el montaje teatral de Isabel Coixet, con Carme Elías y Pep Minguell. Si pudiera, tomaría un avión para volver a verla. Si pudiera, me pasaría la película. Pero estoy lejos de casa, de modo que haré lo único posible: con Bancroft en el recuerdo, iré a una librería de antiguo.
Había un bar en el lugar donde estuvo Marks & Co., la última vez que pasé por Londres. Me pregunto adónde habrán ido a parar los libros que Frank le envió a Helen.
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