Una semifinalista sorprendente
Mary Pierce, a sus 30 años, ha sabido aprovechar la falta de calidad en el circuito femenino
Nadie la esperaba ahí. Hace cinco años era una de las mejores jugadoras del mundo y su sitio estaba en las finales de los torneos grandes. Sin embargo, ahora, a Mary Pierce el cielo parece habérsele abierto al alcanzar las semifinales de Roland Garros. Su larga historia en el circuito profesional pareció irse apagando tras haber jugado la final de Roland Garros en 1994, cuando perdió contra Arantxa Sánchez Vicario, y de haber ganado el Open de Australia en 1995 y haberse proclamado la reina de París, derrotando a Conchita Martínez, en 2000. Después de aquello llegó el declive.
Un declive anunciado, porque incluso en sus mejores años Pierce tuvo que sorportar la frustración de tener un padre amenazador, agresivo, incluso brutal a veces y un divorcio de sus padres en el que ella parecía la moneda de cambio. Su padre, Jim, llegó a tener prohibido el acceso a todas las instalaciones donde se disputaran torneos del WTA Tour, más como protección para su propia hija que como consecuencia de sus impresentables actitudes en la pista. Sin embargo, Pierce nunca olvidó que gracias a su padre ella entró en el mundo del tenis y que consiguió hacerse un lugar entre las mejores del mundo.
En aquel momento eso no era fácil, porque ahí estaban todavía algunas de las mejores tenistas del mundo, entre ellas Martina Navratilova, Steffi Graf, una incipiente Martina Hingis, Mónica Seles, que se reincorporó en 1995 tras ser apuñalada por un aficionado en 1993, Arantxa Sánchez Vicario y la misma Conchita Martínez. Era un elenco de grandes campeonas, entre las que hacerse un hueco era complicado. Ella lo consiguió y fue la abanderada del tenis francés durante muchos años. Pero cuando sus problemas comenzaron ya a pesar excesivamente, cuando su mentalidad se fue resquebrajando, su peso aumentando y sus resultados desapareciendo, entonces los franceses comenzaron a decir que era canadiense (nació en Montreal, de madre francesa) y los candienses que era francesa. Se sintió de ninguna parte y su caída era ya imparable: 130ª del mundo en 2001.
Fue dando tumbos, sin pena ni gloria, hasta que este año perdió en la primera ronda del Open de Australia y sintió que había tocado fondo. Entonces se planteó si seguir o dejarlo. Y decidió lo primero. Se puso en manos de su hermano y entrenador David, volvió a perder peso, se sometió a duros entrenamientos y su juego volvió a fluir. "Muchas cosas han cambiado en mi vida", asegura ahora Pierce. "Dios se ha convertido en lo más importante de mi vida. Con la edad y la experiencia, con las cosas que he vivido dentro y fuera de la pista, espero mejorar un poco cada día personalmente y en mi tenis. Si uno se siente bien consigo mismo, el resto llega por si solo".
La cuestión es que Pierce ganó a la número uno del mundo en cuartos de final, Lindsay Davenport, y se colocó en unas semifinales sin que nadie contara con ella. Hoy se enfrentará a la rusa Elena Likhovseva, mientras que la otra semifinal la jugarán Nadia Petrova (Rusia) y la belga Justine Henin, campeona en París en 2003. En el fondo, la presencia de las cuatro sólo se entiende por el hecho de que las mejores tenistas del momento están lesionadas, recuperándose o atraviesan un pésimo momento de juego. Porque incluso Henin no encuentra su mejor tenis y tuvo que salvar dos match-balls frente a Svetlana Kuznetsova en los octavos de final. Eso le ha dado la, quién sabe si última, oportunidad a Pierce.
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