"Callar para no arrepentirme"
Subió Valentino Rossi a lo más alto del podio y en el segundo peldaño permanecía Sete Gibernau sujetándose su brazo izquierdo, dañado. Rossi dio la mano a Marco Melandri, tercero, y se dirigió al español para hacer lo propio. Éste se lo pensó. Fueron décimas de segundo, pero le bastaron para diseñar su estrategia: pasar página. Y aceptó el saludo.
No es Rossi un buen enemigo ni dentro ni fuera de la pista. La mayoría de los corredores le tiene un respeto casi reverencial. Es el campeón y el jefe. Pero hay dos que, veteranos como son, se rebelan. Max Biaggi, que ha perdido el duelo con su compatriota, ya sólo lejos del asfalto. Gibernau lo hace dentro y fuera. Se siente capaz de ganarle porque... ya le ha ganado. Pero sabe que el poder del italiano es enorme. Por eso pidió a Honda, su equipo, que no presentara una reclamación por su maniobra. "Algo habría que hacer", le dijo Leo, su mánager. "Callar", le respondió el catalán. "Valentino ha hecho una gran carrera". Ése fue su discurso. Preguntado por lo ocurrido, se cerró en banda: "No quiero entrar en ese tema. Sólo espero no tener problemas con el brazo en Portugal. Soy muy impulsivo y sé que puedo decir cosas de las que podría arrepentirme".
Cerca de él, Rossi hablaba con los periodistas de su país: "Lamentablemente, nos hemos tocado. Yo tenía un metro para entrar y lo hice. Sete es un gran rival, muy bueno, pero así son las carreras".
En el paddock, las opiniones eran variadas. Había quien veía una maniobra ilícita de Rossi, como Makoto Tamada y Nicky Hayden. Y los había, como Randy Mamola, ganador de 13 grandes premios y cuatro veces subcampeón mundial, que no: "Rossi no tiene mala intención. En esos instantes no da tiempo a pensar nada".
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