De la espalda a la calva
Recordaremos de él las poderosas espaldas desnudas de Viva Zapata, la crispación muscular de Un tranvía llamado deseo, el rostro crítico y martirizado al final de La ley del silencio, pero también al patriarca de la mafia en su crepúsculo, en El padrino. Actor excesivo, narcisista, con su interiorización neurótica en el Actor's Studio, que los rusos llevaron a Nueva York. Lee Strasberg y Elia Kazan le enseñaron a convertir su cuerpo en el terminal de un volcán interior, manifestado como lava emocional. Con su arsenal de tics y engarces musculares, Brando nos demostró que podía ser tan elocuente la actuación de frente como la de espaldas al espectador o a la cámara. Y sus facultades físicas prodigiosas le permitieron incluso actuar como competente bailarín en la comedia musical Ellos y ellas, a las órdenes de Mankiewicz.
Su escuela de interpretación se forjó en el momento en que las teorías de Freud se habían popularizado en su país, debido a la difusión de los traumas y las neurosis de guerra. De ahí procedió la exploración interior de su estilo, al servicio de un rostro y un cuerpo graníticos. En el enfeudamiento de Brando en el freudismo llegó al punto de que cuando Kazan le pidió que protagonizara La ley del silencio, el actor, disgustado por las delaciones políticas del director ante la Comisión de Actividades Antiamericanas, sólo aceptó el papel para poder seguir sus sesiones psicoanalíticas en Nueva York. Su sublimación emocional se produjo cuando dirigió e interpretó un western tan atípico como El rostro impenetrable, desechado por Kubrick, y elevó con él un monumento a su narcisismo, que incluyó un encuadre de su zona genital en primer término. Fue una afirmación icónica elocuente de su versatilidad sexual, que adquirió tintes homosexuales en Reflejos en un ojo dorado.
Por eso encontró Brando su filón más productivo en personajes megalómanos y potentes, del pasado o del presente, en Julio César, en Queimada, en el gánster Vito Corleone, o en el endiosado Coronel Kurtz de Apocalypse now, de Coppola, en donde demostró que su calva de actor maduro y obeso podía desempeñar, en las postrimerías de su carrera, la misma función que su poderosa espalda en los años de su juventud. Desmintiendo a Sansón, nos descubrió que su calva podía comparecer incluso como símbolo de poder fálico desenfrenado.

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