Sexo, Constitución, clero
Leo en Reuters: uno de Zambia violó a su gallina; le sorprendió su mujer, llamó a los vecinos, le insultaron, se burlaron: el hombre huyó y se ahorcó. Los demás se comieron la gallina, que, como santa María Goretti, prefirió la muerte al sexo. Me recuerda un epigrama de Marcial, que también fue sorprendido por su esposa con un efebo. La dama le gritó: "¿Es que yo no tengo culo?"; y Marcial dijo: "No". En su poema explicó que la mujer tiene dos sexos contiguos (les llamaba "figas"), que todo en ella es sexo; pero el verdadero "culo" es sólo masculino, y por lo tanto se trata de cosa distinta, que ella nunca podría ofrecerle. Naturalmente, estoy de parte de la gallina, luego asesinada, y en el de María Goretti, pobre campesina aterrorizada por un violador; no soy bisexual como el poeta latino, pero estoy también con la libertad sexual consentida, y con lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, cuya federación estatal protesta por las extrañas declaraciones de Manuel Jiménez de Parga, todavía presidente del Tribunal Constitucional (¿hasta cuándo?), y me inquieta un poco que, mientras lo sea, amenaza con no tolerar la "canallada histórica" del anticlericalismo, por la "basura" de si los colegios religiosos eran "esto y lo otro". Siendo yo ateo por fe y por razón y conocimiento, me encuentro amenazado por esa negación de la tolerancia. Y, además, ni siquiera acepto la tolerancia, que es una manera de concesión del que tiene el poder por el mango de sartén, sino el derecho pleno. Fuera, fuera, presidente. Su puesto, para un librepensador.
(Marcial: un romano de Calatayud, que entonces se llamaba Bílbilis. En el siglo I de nuestra era, el cristianismo aún no había roto la libertad sexual. Los estudiosos ignoran si realmente se casó, aunque en sus epigramas ama mujeres; algunos creen que tuvo tres hijos. Para otros, tuvo una hija; pero otros más creen que la niña era su amante: ya tenía cinco añitos. Pero en Roma... Sin embargo, Marcial encontró que en Roma le era difícil su propia libertad, que no había más límites que los del dinero: y no lo tenía. Vendía sus poemas: le pagaban poco. Otros hispanos -Séneca, Quintiliano, Luciano- le ayudaron, pero, como siempre, se cansaron del golfo gorrón. Marcial encontró que Calatayud era más libre: volvió a su ciudad con dinero que le dio Plinio y en la finca que le regaló una mujer, Marcia. Aquí murió).
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