El ritmo tomó el paseo de Gràcia
Musicalmente no pasó gran cosa, pero con toda seguridad el carnaval de Carlinhos Brown, que eso fue y no el esperado Carnaval de Bahía, va a dar mucho que hablar. Aunque sólo sea por el pequeño caos ciudadano que se organizó.
Se trataba de convertir el paseo de Gràcia en una fiesta y lo que no faltó allí fue precisamente sensación de fiesta. Fiesta entre apretujones, pisotones y un agobio vital no apto para ciudadanos que fueran mínimamente claustrofóbicos, pero fiesta a fin de cuentas.
Poco antes de las seis de la tarde, una batería de samba comenzaba a retumbar en la calle de la Diputació intentando abrirse paso hacia el paseo de Gràcia. Imposible, una muralla humana lo impedía. Allí, en el centro del paseo, dos largos dragones gusano todavía somnolientos, uno rojo y otro amarillo, escoltaban a esa especie de nave espacial de dibujos animados que Carlinhos Brown se ha traído desde Bahía especialmente para la ocasión.
Diez minutos después, la nave comenzó a vomitar un ritmo machacón y danzarín. Los potentes bajos salidos del engendro se clavaban en el estómago incluso a bastantes metros de distancia. Un primer tema a ritmo de samba para calentar motores y para que el público comenzara a moverse, vano intento en el mínimo espacio vital del que podía disponer. Curiosamente, cuando el camión inició su lenta marcha lo hizo a ritmo de cha-cha-chá (todo quedaba en el cono sur) con una versión del último éxito de Carlinhos Brown en castellano: Carlito Marrón. Sencillamente contagioso.
Carlinhos Brown, elegantemente vestido de carnaval en tonos blancos, no paraba de moverse micrófono en mano entre músicos y bailarines. Los dos dragones tampoco dejaban de moverse. El paseo de Gràcia retumbaba también rítmicamente.
En los laterales del disparatado satélite dos enormes pantallas de vídeo recogían imágenes alternativas de Carlinhos y del público; mientras, en lo alto del vehículo un sonriente y a ratos bailarín alcalde barcelonés, adecuadamente vestido con una camiseta de un amarillo chillón, lo contemplaba todo con cara entre sorprendida y satisfecha.
Musicalmente hubo mucho mas de Carlinhos Brown que de un típico carnaval de Bahía, pero lo que contaba no eran las melodías, sino el ritmo que se transmitía al público que lo abarrotaba todo. El repertorio poco importaba, era una simple coartada para la fiesta ya que, entre otras cosas, nadie pudo oír todo el concierto pues resultaba imposible seguir al camión en su desfile. Así que ni siquiera la tan anunciada versión a ritmo de samba de Els segadors quedará para el recuerdo, porque pocos pudieron escucharla. Se trataba era de repartir ritmo, y ritmo hubo mucho y muy contundente, a pesar de que la sonorización a través del sound system del camión no era excesivamente limpia.
Eso sí, si alguien dudaba de la tremenda capacidad de Carlinhos Brown para meterse a la gente en el bolsillo, seguro que con 10 minutos de Carnavalona ya tuvo suficiente para cambiar radicalmente de opinión.
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