Iberia
Vaya por delante que adoro a Iberia. No es la línea más borde que existe, y sus equipos humanos suplen generalmente las deficiencias de la compañía; aparte de que los pilotos son muy buenos. En realidad, cuando me meto en un avión sólo pido que lleguemos; y que la marca del aparato no acabe en av, ev, iv, ov ni uv; es decir, que no proceda de ningún país antiguamente soviético.
Dicho lo cual, mal servicio acaba de prestar Iberia a nuestra convivencia. Su decisión de cobrar por la comida a las clases de viajeros más desfavorecidas nos sume en la crispación social. Presiento turbulencias en el aire. De un plumazo, la compañía se carga los últimos resquicios del Estado de bienestar en clase turística. Es una provocación y, sobre todo, es una imprudencia temeraria.
¡No más bandejas ni cacahuetes para todos! Pero si era este gracioso reparto lo que más contribuía a tranquilizar al personal... La distribución de pitanza, por insípida que fuera, entre los menesterosos de atrás constituía una especie de indemnización o, si me apuran, un gesto de caridad a lo Abate Pierre, que los viajeros en turista agradecían, y que servía para aplazar su rebelión contra los ocupantes de las filas de business y de primera. ¿Quién que haya viajado con el pelotón de atrás no ha sentido un ancestral odio al producirse ese momento dramático en que la azafata, disipando toda ilusión de igualdad entre los hombres, ha corrido bruscamente la cortina de separación de clases, dejándonos a solas con nuestro rencor?
Pero cuando, en nuestra imaginación, ya afilábamos la guillotina y nos disponíamos a tomar la zona delantera, ¡zas!, aparecían, cual hadas madrinas de la socialdemocracia, las azafatas de nuestro sector, listas para entregarnos las bandejas correspondientes. Y nos calmábamos. Sí, señor. Igual que en la tierra. Comer algo para que nada cambie, que dijo Lampedusa.
Además, al obligar a la clase turista a adquirir las viandas, Iberia no sólo ahonda en la separación entre capas de nuestra sociedad; también carga con la responsabilidad de que surja la pugna fratricida, dentro de una misma clase, entre quienes pueden comprar la bazofia de a bordo y quienes no pueden permitírselo.
Esto va a peor.
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