Atila

Pese al devaluado papel de la cultura en un mundo regido por la ley de mercado y la fobia declarada entre Oriente y Occidente, no deja de resultar emotivo, alentador incluso, que ciertos acontecimientos de marcado carácter cultural acaparen, de vez en cuando, las cabeceras de prensa. El pasado 11 de abril, tras la entrada en Bagdad de las tropas estadounidenses, el Museo Arqueológico de la capital iraquí sufrió uno de los peores saqueos de su historia. La noticia caló profundamente en buena parte de la opinión pública mundial; no en vano, el pillaje libre o dirigido arrasó más 3.000 piezas (sumerias, asirias y babilónicas) de infinito valor, algunas con más de 6.000 años de antigüedad. Les hablo de una barbarie que, más allá de la vieja Mesopotamia, afecta, en su conjunto, a ese patrimonio de la Humanidad que a todos nos atañe.
Sin embargo, tragedias de este tipo siguen y seguirán saltando a los diarios mientras la insensibilidad y la especulación hagan su expolio a hachazo limpio o con excavadoras blindadas. El pasado fin de semana le tocó al yacimiento arqueológico de El Oral, un poblado de 2.500 años situado al sur de la provincia de Alicante, en el término municipal de San Fulgencio. Al parecer, una pala excavadora irrumpió sin más en el asentamiento y se llevó por delante 3.000 metros cuadrados de Historia hallada y la sección sudoeste del yacimiento, es decir, toda una barriada ibera que resulta ya irrecuperable. Tamaña insensatez se ha pasado por el forro el artículo 62.1 de la Ley de Patrimonio de la Comunidad Valenciana (declara ilícita las obras de remoción de tierra en zonas de bienes arqueológicos o paleontológicos), el área acotada por el PGOU y un decreto municipal fechado el pasado 7 de enero que prohíbe las actividades de remoción en los alrededores del poblado. Da lo mismo, la empresa Áridos Starmis, protagonista de la hazaña, se ampara en el desconocimiento. Y está en su derecho. Atila, como buen bárbaro, tampoco se detenía ante nada. Sólo que a esta empresa de explotación se le han colocado delante los agentes del Seprona y ha dado el alto a su caballo. Lo triste es que la hierba, como la Historia, no crecerá de nuevo en las tierras de El Oral.
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