Un capellán castrense en Diwaniya
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"No hablamos de la muerte, aunque sabemos que puede llegar en cualquier momento. Y si hay muertos entre nosotros, apretamos los dientes, procuramos no hablar de los riesgos". El teniente coronel José Francisco Nistal Martínez es capellán castrense (católico, por supuesto: no hay capellanes de otras religiones en el Ejército español) y acaba de regresar de Irak después de un semestre de trabajo junto a los soldados destacados en Diwaniya.
En el restaurante madrileño donde almuerza con una docena de periodistas, Nistal destaca por el moreno de su rostro, sometido a elevadas temperaturas y a las tormentas de arena del desierto. Estos días visita a sus superiores y viste de paisano, aparentemente incómodo sin su uniforme militar, con una chaqueta oscura que le viene grande y la corbata con el nudo perfecto. Cuando está en Irak lleva "casi siempre" pistola -reconoce que debería hacerlo "siempre"-, por defensa personal, literalmente aterrado por si algún día tuviera la necesidad de usarla en defensa propia. "Sería el trauma mayor que podría ocurrirme", dice.
El despacho de este teniente coronel es el más visitado por los soldados destacados en Irak: unos pocos se confiesan, pero la mayoría le pide consejo. O libros. Y escapularios: "Más que nadie, los legionarios, los que están en la primera fila del peligro". Varias veces se le han agotado las existencias de escapularios y ha tenido que pedirlos a los capellanes norteamericanos, que abundan allí, casi un centenar, de todas las religiones.
Nistal nació en Montilla de la Vega (León) hace 47 años, estudió teología en Astorga, se hizo cura en 1981 e ingresó en la milicia tres años más tarde con el grado de teniente. En Irak, antes de su misión en Diwaniya, trabajó en abril de 2003 con los capellanes norteamericanos del campo de prisioneros Cam Buca, en medio del desierto. Allí malviven en un limbo legal y entre alambradas más de 8.000 personas, niños y adultos, civiles y militares, peligrosos y sencillamente presos por su mala suerte. Nistal cuenta que algunos de esos prisioneros son peligrosos mercenarios de otros países o miembros de Al Qaeda. ¿Cómo son tratados? La respuesta del capellán es fría, profesional. "Comen caliente dos veces al día, aunque con el calor que hacía cuando yo estaba allí mejor hubiera sido otra cosa".
Sobre el futuro de Irak, Nistal se muestra perplejo, extremadamente prudente. Incluso recela aceptar que allí haya habido una guerra. ¿Un nuevo Vietnam? Silencio. ¿Una guerra civil? "Ese riesgo existe, sí", dice. Una cosa sí tiene clara: "No podemos pretender que la salida sea una democracia al estilo occidental". Y pide tiempo y paciencia, "como en España a la muerte de Franco". "Como aquí entonces, también en Irak hay más de 60 partidos. Pero las cosas irán poniéndose en orden y se llegará a la libertad y la paz que quiere la inmensa mayoría", concluyó.
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