Sin noticias del accidente de Madeira
Allí están, allí permanecen bajo la inmensa profundidad del mar, de ese mar que quizá desde sus ventanas veían a diario, en su Málaga natal, sin saber que en él se quedarían para siempre. Sus vidas se ahogaron una triste noche, de vuelta ya de una maravillosa excursión, bien merecida, para unos como recompensa de tanto trabajo diario y para otros, los niños, para compensarles por todo el tiempo que no pudieron dedicarles. [El accidente aéreo tuvo lugar en la isla portuguesa de Madeira el 10 de julio; fallecieron nueve personas] Un tiempo que ya nunca tendrán, se han parado sus relojes, ya no se escuchan, bajo el agua se han ahogado sus sonidos.
Sus familiares lloran su muerte y lo hacen no sólo por el dolor que entraña su pérdida, duele mucho perder a siete miembros de la misma familia, sino por la impotencia que da la ignorancia; no saben qué pasó, no saben dónde están sus cuerpos, no saben por qué el mar no se los devuelve, por qué las autoridades no aportan claridad a la situación, por qué no investigan, indagan y rescatan a esos cadáveres. ¡Hay tres niños que han jugado, reído, que han sido la alegría, la ilusión de sus abuelas! De esas abuelas que hoy se preguntan dónde están sus niños, qué será de sus vidas sin sus caricias, sin sus juegos; por qué no se les permite, al menos, llorarles aquí, en su Málaga, cerca de sus casas, cerca de sus amigos, de sus plazas, de sus playas; por qué, si ya el destino les jugó una mala pasada, nadie hace nada ahora para hacerles más llevadera tan terrible desgracia.
Yo no sé cuál es el problema, ignoro las circunstancias que rodean este caso, pero sí creo que sean los que sean se hace necesario intervenir, de forma urgente, hay que resolverlo a la mayor brevedad posible, dos meses es mucho tiempo para que unos cuerpos permanezcan sin ser devueltos, para que sus familiares tengan la tranquilidad de que sus seres queridos descansan en paz, de saber dónde están, de poder llorar junto a ellos y de, también, por qué no, poder morirse en paz, sabiéndose al lado de aquellos que, por un capricho injusto de la vida, les fueron arrebatados antes de tiempo.
Siento la soledad en la que se encuentran estas madres, siento mi escaso poder para poder, de alguna forma, contribuir a su pronta resolución, pero sí me sirvo de este escrito para hacer hincapié y solicitar, por tanto, la ayuda de todos los gobiernos, sin entrar a dirimir de quién es competencia o no. Hay que responder, y ya, no más tardanza, es tiempo de rezos, de flores, de velas encendidas cada día, de reposo eterno.
Descansen en paz los que se han ido y los que aquí se quedaron, es lo menos que se merecen unos y otros.
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